A las fuerzas de la Historia les gusta jugar, de vez en cuando, en lugares inesperados. Por ejemplo, el plácido pueblo de San Antonio de los Baños, cerca de La Habana. ¿Quién hubiera imaginado que en la calurosa mañana del 11 de julio, ese pequeño pueblo desencadenaría la mayor ola de protestas en la larga historia de la Revolución Cubana? En cuanto la gente empezó a compartir en las redes sociales vídeos de manifestantes que salían a la calle para exigir al gobierno soluciones inmediatas a la grave situación económica y a la pandemia, los disturbios se extendieron a la capital y a al menos 40 ciudades de todo el país. Hubo incluso saqueos en algunas ciudades y, por supuesto, una respuesta violenta inmediata del régimen cubano. Los medios de comunicación independientes no han confirmado las muertes ni el número exacto de detenciones.
La última vez que ocurrió algo similar fue en 1994, en los tiempos más duros del Período Especial, aquellos años de crisis humanitaria que comenzaron con el colapso de la Unión Soviética y terminaron con las inversiones europeas y el apoyo chavista (desde 1999).
En 1994, Fidel Castro liberó la presión permitiendo que muchas personas se lanzaran al mar y se embarcaran hacia EE.UU. En aquel entonces, las dificultades económicas también fueron la chispa, pero esta vez hay factores adicionales. No está Fidel Castro, sino el poco carismático y mediocre presidente Miguel Díaz Canel. Ahora, los cubanos están abrumados también por el COVID-19: el 11 de julio, cuando estallaron las protestas, el gobierno informó de un récord de 47 muertes en un día y casi 7.000 nuevos casos. Y ahora, gran parte del problema no es la ausencia de petróleo ruso, sino la disminución de las importaciones de petróleo venezolano.
Es la economía, Asere
Cuba está pasando por un momento difícil, incluso para un país socialista. Vuelve la escasez crónica, las largas colas y los precios disparados. El PIB cubano perdió diez puntos en 2020. La pandemia frenó la afluencia de turistas y con ella, el ingreso en divisas que el país necesita para importar todo lo que Cuba no produce. Las remesas de los cubanos en el exterior enfrentan varias restricciones por las medidas de Estados Unidos contra la isla, dado que el gobierno de Biden no ha cambiado las políticas implementadas por Trump para reducir el enfoque de Obama. El gobierno cubano anunció el mes pasado que suspenderá temporalmente los depósitos en efectivo en dólares en los bancos cubanos, lo que obliga a la gente a correr a los bancos locales y dejar en manos del gobierno los dólares necesarios para pagar la deuda internacional y evitar el impago.
Díaz Canel no ha sido capaz de avanzar en la tímida reforma económica de inspiración china que él y Raúl Castro prometieron para dar más espacio al empresariado. Y por último, pero no menos importante, Cuba está sufriendo las consecuencias de la desaparición de PDVSA. En San Antonio de los Baños, donde comenzó la revuelta, la gente puede pasar 12 horas sin electricidad, como en los horribles tiempos del Período Especial de los años 90.
En la tropical Cuba, los continuos apagones dificultan todo, igual que en Venezuela, porque las centrales eléctricas no tienen suficiente combustible para quemar y producir electricidad. En el pasado, el petróleo ruso, y más recientemente el venezolano (importaciones de fuel oil para ser exactos), mantuvieron esas viejas, ineficientes y altamente contaminantes plantas trabajando a una mayor capacidad. Ese combustible es una de las principales razones por las que Cuba necesita tanto a Venezuela. A cambio, el régimen cubano ha prestado, digamos, servicios de asistencia técnica para preservar eternamente el poder político, reprimir las protestas, organizar la vigilancia de sus militares y políticos, aprovechar el internacionalismo socialista y las alianzas en las Naciones Unidas, y sobrevivir bajo las sanciones económicas internacionales. Cuba necesita el petróleo venezolano para producir energía y para acceder a las divisas (dinero en efectivo) mediante la reventa. En la cúspide de la colaboración Chávez-Castro, Venezuela exportaba unos 100.000 barriles diarios a Cuba. Según el equipo de Caracas Chronicles PRR, en junio de 2021 las exportaciones apenas alcanzaron los 25.000 barriles diarios (incluyendo el crudo y diferentes tipos de combustible). Ahora, aun cuando Maduro sigue teniendo a Cuba como un aliado clave al que hay que pagarle sus múltiples servicios a la revolución, la cantidad de petróleo que Venezuela está enviando a Cuba es claramente insuficiente.
Suma estos constantes apagones a la escasez, la pandemia y la existencia de internet en Cuba -naturalmente bajo el control del régimen, pero sólo hasta cierto punto- y tendrás una población harta, asustada y capaz de difundir rápidamente videos de personas desafiando a la policía y exigiendo reformas, vacunas, alimentos, empleos y, bueno, libertad.
Qué esperar
Esta protesta habría sido impensable hace unos años. Pero en los últimos tiempos, Cuba ha visto abrirse varias grietas en los antiguos muros de piedra de la esclerótica «Revolución Cubana». Ahora, la isla y la diáspora cubana cuentan con varios medios independientes que producen y difunden periodismo de calidad, una amenaza directa al monopolio del aparato de propaganda del régimen. Tras la visita del Papa (mientras Fidel Castro aún vivía), ha habido más flexibilidad para la vida religiosa y la diversidad sexual. Más recientemente, el movimiento de San Isidro, formado por artistas e intelectuales para presionar por un diálogo nacional, y los raperos detrás de la canción de rap de protesta «Patria y vida», han estimulado protestas espontáneas en calles, partidos de béisbol y edificios oficiales.
Los cubanos se atreven a hablar, pero la dictadura no da un paso atrás. El 11 de julio, Díaz Canel calificó las protestas como una conspiración organizada en Estados Unidos y llamó a los «verdaderos revolucionarios» a tomar las calles y sofocarlas, lo que aumentó la represión de las turbas organizadas, la policía y el ejército. Las Fuerzas Armadas se desplegaron por todo el país y es difícil esperar nuevas protestas a corto plazo, con las fuerzas de seguridad pública en estado de alerta y deteniendo a personas por docenas. Algunos actores internacionales, como el presidente Biden, el secretario general de la OEA y las ONG de derechos humanos, han condenado la represión. Los cubanos están de vuelta en casa, absorbidos por la tarea diaria de sobrevivir sin contagiarse del coronavirus, preguntándose cuál será el coste de protestar.
Cuba carece de una oposición política o de una fuerza alternativa que pueda organizar la rabia social en una transición democrática, y el régimen es más capaz de controlar el país que la Venezuela de Maduro.
No hay razón para pensar que esto sea el inicio de una Primavera Cubana. El Palacio de la Revolución no está cayendo como el Muro de Berlín. Sin embargo, lo que ocurrió ese extraño domingo es importante. No tiene precedentes. Es el estallido de un malestar que se alimenta de muchos factores y que involucra a toda la nación de 11 millones de habitantes, con un alto índice de población joven que no tiene tiempos revolucionarios dorados que recordar y defender, y algunos de ellos tienen un teléfono inteligente en sus manos inquietas.
Las importaciones de petróleo venezolano no van a aumentar significativamente a corto plazo, ya que Maduro tiene compromisos con los clientes que pagan. Los apagones y las penurias continuarán. Así que es probable que el régimen cubano tenga que reprimir los disturbios como pueda mientras mantiene la presión sobre Maduro para que proporcione más petróleo. La revolución cubana, esa vieja maestra de los eventos de masas al estilo soviético, no está acostumbrada a que la gente se reúna en las calles para corear consignas en su contra. Hay que esperar que se ponga nerviosa y, por tanto, más violenta.
Fuente: Caracas Chronicle