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Los malos siguen ganando, no importa cuándo leas esto. Los malos ganan en las películas, en las novelas, en la vida social, en la política. Los malos tienen grandes habilidades para diagnosticar lo que puede estar molestando a la sociedad: sus injusticias sociales, su modelo de gobierno. Son expertos en poner en blanco y negro muchas cosas para evidenciar que todo es relativo y esa relatividad ampara sus acciones, se convierte en el escudo protector de un discurso que convence al descontento, al triste y también al resentido.
Los malos se visten de promesas que suenan a lo que siempre hemos soñado: oportunidad para todos, políticas públicas de salud, grandes inversiones en educación, justicia social, humanismo; eso, una sociedad más justa y la paz como proyecto. Ellos, los malos, pueden oler el hastío de una población que se agota en la espera, que siempre queda para después. Ahí aparecen con aires de justiciero vengador, su gesto suele asirse de ese hilo de esperanza que hace que el hombre siempre vuelva a intentar a pesar de la seguidilla de infortunios.
A los malos suelen acompañarlo narrativas elaboradas a base de propaganda, atacan a todo el mundo en su parte más vulnerable pero lo hacen por un bien superior. Aprovecharán las viejas estructuras que se niegan a renovarse, por ejemplo, la democracia. Irán contra cúpulas de poder y las expropiarán, y las condenarán sin fórmulas de juicio mientras una sociedad ávida de justicia se convierte en el mejor aliado de su venganza.
Tendrán himnos pegajosos que los convertirán en el corazón del pueblo, grandes fotografías acompañarán esa épica justiciera y terminarán en altares de los hogares más necesitados de milagros. Los malos deben contar con medios de comunicación locales e internacionales, ellos serán parte de la estructura que le dé sostén a la magia del cambio que promete el nuevo mesías. Hey, no te encantes, son malos.
Los malos siempre fueron geniales porque sus propuestas antigobierno no tenían que ser explicadas ni requerían estructura alguna. En medio de la crítica antipoder se fortalece un código popular, caracterizado por el voto de pobreza como signo de probidad, que identificará al apto para la revolución prometida.
La sorpresa es mayúscula cuando esos códigos desaparecen de su ejercicio personal y aquello de ser rico es malo pasa a ser un recuerdo borroso al que se le impone la opulencia del poder: grandes círculos de seguridad que hacen intocable e inaccesible al líder que hasta ayer el pueblo podía tocar; viajes privados subsidiados con el dinero de todos, grandes marcas capitalistas cubren sus muñecas, sus hombros, su cuerpo entero y la ropita de estar en casa seguramente se distinguirá por las inconfundibles tres rayitas deportivas.
El líder de los malos debe desprender un halo religioso, de hacedor de milagros, aunque ataque a las iglesias y jure que debajo de cada sotana habita un diablo. Basado en el discurso bíblico hablará del socialismo de Jesús, del juicio contra los pecados (sin contar los propios) y ofrecerá frituras de cabeza de los pecadores que los precedieron. Apelará a la religiosidad del pueblo cada vez que sea necesario más sacrificio popular mientras sus barrigas se hinchan como globos. Para este caso las bienaventuranzas de Mateo les viene al pelo porque los pobres serán premiados…..en el cielo.
Ese malo, de derecha, de izquierda o ambidextro debe desaparecer del inconsciente colectivo, porque aunque es simpático y encantador, ya sabemos que los carismáticos saben acabar con el futuro de varias generaciones.
A todas estas ¿dónde andan los buenos, qué hacen los buenos mientras los malos ganan terreno? Aparte de atónitos, desconcertados, los buenos naufragan en el intento de ponerse de acuerdo para lograr una salida menos cruel que la guerra y la violencia. Hablan en la seguridad del mismo sistema que le dio sostén a los malos, exigen una justicia que el hombre no puede ejercer y, por si acaso, se resguardan en la justicia divina que debe llegar en forma de muerte. De modo que la muerte, o su eufemismo: la desaparición física del malo, pasa a ser motivo de regocijo público y privado.
Sin embargo, una gran parte de la población sometida se conformaría con juicios legítimos en la tierra del hombre, con sanciones legales. Se conformaría con ver que el farsante político reciba en vida el justo castigo que merece porque a fuerza de un falso amor, de una falsa patria, de una falsa revolución le robó riquezas al país, el futuro a generaciones enteras, castigó a hombres y mujeres por su preferencia sexual, manchó de sangre paredones donde fueron a dar los cuerpos de aquellos que osaron disentir, convirtieron a hijos en enemigos de sus padres, a vecinos en delatores, todo para salvar a la revolución que les dio la espalda apenas traspasó el umbral del poder, de todo el poder.
Antes se ha celebrado la muerte de algunos, y se toma como parte de la justicia divina que parece imponerse donde falla el hombre. Pero no vale llamarse a engaños, la muerte no es justicia, y en este plano que ocupamos hace falta que los buenos se movilicen, que no cejen en el empeño de hacer, porque de seguir como vamos, volveremos a decir con tristeza que los malos siguen ganando.
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