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La muerte de Fidel Castro, el dictador cubano que gobernara Cuba manejando al detalle la vida personal, y por lo tanto, el destino de cada cubano por casi 60 años, no puede dejar indiferente a nadie. En Latinoamerica, qué duda cabe que para bien o para mal, fue uno de los principales protagonistas del siglo XX, sino el más.
Su llegada al poder en Cuba, en enero de 1959, tras derrocar al dictador Fulgencio Batista con un grupo de barbudos despertó la ilusión, no sólo en Cuba, sino en millones de latinoamericanos, especialmente en los más pobres y en amplios sectores intectuales, incluso en uno de la iglesia católica que más tarde crearía una nueva corriente llamada la Teología de la Liberación. Era la reacción de la Latinoamérica cansada de la pobreza, la desigualdad y la falta de democracia, que volcaba sus ojos y la esperanza hacia este grupo de barbudos dirigidos por el carimastico Fidel Castro, quienes adherían a la lucha armada como el camino viable para resolver los problemas que agobiaban a amplios sectores de la población regional.
Hoy es el momento de enterrar el gran sueño o delirio falansteriano de Fidel, no sólo en lo económico, sino que es el momento de sepultarlo en su dimensión política. Las condiciones están dadas a nivel interno y también en el frente externo, ya que la llegada de Trump a la Casa Blanca, ahora en enero, podría significar más presión sobre Raúl por democratización, a cambio de la normalización total de las relaciones con EE.UU.
Asi es como Fidel exportó la revolución, practicamente, a toda América Latina, aunque tuvo más éxito en Centroamérica y en la zona norte de Sudamérica. La política hasta el día de hoy muestra la presencia, en esos países, de guerrilleros que con el tiempo han devenido en políticos profesionales; algunos incluso llegaron a ser presidentes, como Daniel Ortega en Nicaragua y Salvador Sánchez Cerén en El Salvador, mientras otros, ya envejecidos, visten traje y corbata y se sientan en los Parlamentos de muchos países de la región centroamericana. En Colombia, otro ejemplo de esta influencia: la semana pasada vimos la firma de la paz entre las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el gobierno de Juan Manuel Santos, grupo guerrillero cuyo origen contó con el patrocinio de Fidel Castro.
Otro logro de Fidel fue traer la Guerra Fría a Latinoamerica, no sólo a través del apoyo a los movimentos guerrilleros y revolucionarios, sino que al convertir a Cuba en una base rusa con misiles nucleares que apuntaban a EE.UU. En 1962, el mundo estuvo en vilo durante 13 días, gracias a Fidel. Si no fuera por la firmeza de JF Kennedy y la sensatez de Kruschev, no sabríamos quizás del planeta en este momento.
Fidel desafió a EE.UU. al punto de poder repeler varios de sus intentos organizados para su derrocamiento. El mas conocido, la invasión en Bahía de Cochinos, en 1961, por un grupo de cubanos exiliados en Miami, armados y financiados por la CIA.
Fidel logró ser el símbolo, en America Latina, de un masivo movimiento anti norteamericano, con raíces profundas en los sectores estudiantiles y pobres, muy exitoso en la derrota de los EE.UU. en la batalla por captar el corazón de la opinión publica respecto de la justificación de la guerra de Vietman.
Sin embargo, a pesar de su carisma y su éxito político, a nivel regional y mundial, no pudo con la economía de su país. Está claro que ese no era el fuerte de Fidel Castro. No logró nunca que Cuba pudiera pararse en sus propios pies, que fuera un país autosustentable. A pesar de sus esfuerzos por construir una sociedad más igualitaria y justa, no pudo dar con la solución. Hasta el fin de la Unión Soviética, mediante el subsidio de ese país, pudo encubrir en cierta medida las ineficiencias del modelo económico, pero una vez desaparecida la ayuda soviética, el país entró en una severa crisis económica que el mismo Fidel denomino «periodo especial», con esa capacidad infinita que tenía para usar eufemismos que enmascaraban su responsabilidad y la de su equipo en el origen de la crisis.
Pero Fidel no corrió el mismo destino que muchos otros dirigentes comunista del bloque soviético. Logró salir adelante y mantenerse en el poder, a pesar de las penurias por las que tuvo que pasar el pueblo cubano, no sólo económicas, sino de aquellas derivadas del aumento de la represión, muy significativa durante el «periodo especial».
Fidel, además de carisma, tenía suerte. En el peor momento, aparece Hugo Chávez para echarle una mano, una bocanada de aire por un largo periodo, durante el cual Cuba recibe practicamente petróleo venezolano gratis (intercambiado nominalmente por médicos y agentes de inteligencia cubanos al servicio de Chávez). Una vez más, Cuba puede sobrevivir gracias a la ayuda de otro país y Fidel continuar llevando a cabo su «experimento social y político».
La muerte de Chavez provoca un punto de inflexión. La caída de los precios del petróleo y las dificultades económicas de Venezuela alertan al hermano de Fidel, Raúl Castro, quien había asumido la presidencia en 2006, debido a que Fidel ya se encontraba enfermo. Raúl se da cuenta que Cuba necesita pararse en sus propios pies y decide encabezar un plan de apertura económica limitado, y al mismo tiempo una apertura hacia EE.UU. Es obvio que aunque Fidel aún no estaba muerto, si comenzaban a estarlo sus sueños megalomaniacos, y es obvio que con la llegada de Raúl el experimento social, iniciado hace casi 60 años, comenzaba a ser sepultado.
Por esta razón creemos que la muerte de Fidel sólo podrá acelerar el proceso de reformas iniciado por su hermano Raúl, que incluirá más mercado y menos Estado, y de esta manera Cuba comenzará a integrase a la economía mundial. No obstante, desafortunadamente lo anterior no significa que Cuba esté cerca de la democracia. Todo parece indicar que Raúl es partidario de una transición al estilo chino, donde el mercado y el capitalismo manejan la economía, aunque de la mano del Partido Comunista (PC) en el poder politico. Sin embargo, ni Cuba es China, ni el PC cubano es el PC chino. Este ultimo tuvo la fortaleza institucional para sobrevivir a la purga del maoísmo. El PC cubano, en cambio, es un negocio familiar controlado por la familia Castro, que no sabemos cómo podrá funcionar si Raúl cumple la promesa de dejar el poder en 2018.
Es cierto que hay rumores de que el hijo de Raúl podría ser un candidato a sucederlo, pero como siempre ocurre en dictadura, no podemos saber qué es lo que va a pasar. A pesar que el alejamiento de Fidel de la presidencia, hace ya varios años, podría suponer que su muerte tendrá un efecto más bien simbólico, el silencio que reina hoy día en la isla tiene menos que ver con la pena que con la gran incertidumbre que se abre a partir de la muerte de Fidel.
Hoy es el momento de enterrar el gran sueño o delirio falansteriano de Fidel, no sólo en lo económico, sino que es el momento de sepultarlo en su dimensión política. Las condiciones están dadas a nivel interno y también en el frente externo, ya que la llegada de Trump a la Casa Blanca, ahora en enero, podría significar más presión sobre Raúl por democratización, a cambio de la normalización total de las relaciones con EE.UU.
Esperamos como latinoamericanos, y por el bien de Cuba, que Raúl sea capaz de leer correctamente el momento historico y diseñe un verdadero plan de transición política hacia la democracia. De esta manera, podrá mitigar en parte el juicio que le depara la historia. Si no lo hace, la historia no absolverá a los Castro.
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