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En el mundo, la mayoría de los adictos comienzan consumiendo Cannabis en su adolescencia, alternando o derivando luego hacia otras drogas como heroína, anfetamina, metanfetamina, éxtasis, LSD, cocaína y un sinfín de variantes que hacen estragos en el alma y cuerpo del adicto.
“Esa fue también mi trayectoria”, cuenta el croata Slaven Skazli. Sus padres, destaca, le dieron no sólo afecto y sanos valores, sino todo lo que él y su hermana necesitaban para un sano desarrollo físico e intelectual.
“…Pero a pesar de todo, desde la infancia, para mí todo estaba vacío, siempre me faltaba algo y me daba cuenta que en las cosas no estaba la plenitud. Mi familia no rezaba, no iba a la Iglesia, no hablaba de Dios”.
Claro que esa conciencia de lo que implica el vivir sin conocer a Dios llegaría años después para Slaven. Siendo todavía muy joven se alejó de su familia y cual niño mimado, sin asumir responsabilidades -reconoce-, culpaba a los padres de todos sus problemas.
“Acostumbrado a tener todo, era incapaz de un sacrificio, quería todo y rápido. Por dentro sufría mucho y estaba dividido: por un lado sentía un fuerte deseo de volver a ser bueno, de ayudar, de encontrar el verdadero sentido de la vida, pero por otra parte estaba confundido, no sabía dónde ir ni qué hacer”.
El alcohol y las drogas le aturdían y bajo su efecto no surgía la tensión de sus pensamientos y emociones en conflicto. Así pasaron los años de autoengaño, sin capacidad de autocrítica para ver el deterioro que acumulaba.
“Cuando encontré la heroína pensaba que había encontrado la solución para todos mis problemas ¡pero cómo me equivoqué! Luego de unos meses de falso bienestar, vinieron años de tinieblas, de soledad, de falsedad. Cada tanto, alguna intención de cambio terminaba en una nueva caída, cada vez más profunda, y yo me volvía más falso, más convencido de que no había cómo salir”.
Gritó al Señor
No logrando encontrar en su interior nada que abriera alguna esperanza, cada cierto tiempo un pensamiento ajeno -señala-, se apoderaba de él… “Entonces, cansado de todo, deseaba la muerte y no despertar más, consciente de la falsedad y el mal en que vivía. Sin embargo, en medio de esa oscuridad el Señor vio mi desesperación y llevó la luz a mi vida”.
Una noche, luego de haber tenido una sobredosis y apenas salvado su vida, cuenta Slaven que le gritó fuerte en el corazón a Dios: “¡Señor, si existes, ayúdame, no quiero vivir así!“.
Sólo un par de días después de aquella oración venida del alma, sus padres le dieron la información. Tenía 25 años cuando decidió libremente ingresar en una de las comunidades del Cenáculo, la Fraternidad “San Giuseppe Lavoratore” en Varaždin.
Así narra Slaven desde el portal “Comunidad Cenáculo” lo que desde su ingreso ha vivido…
Una buena nueva para todos los abatidos
“Aunque era difícil aceptar el modo de vida que me proponían, me daba ánimo ver la fe y esperanza con que los chicos vivían el camino del bien. Finalmente el sufrimiento y la renuncia tenían sentido.
Por primera vez en mi vida sentí la alegría de una vida simple, limpia, verdadera. Mi Ángel Custodio, un joven que al principio me cuidaba, me transmitía mucho amor y me tenía mucha paciencia; al principio lo juzgaba, pero gracias a él se despertó mi deseo de ser bueno.
Los jóvenes me enseñaron que la oración de la mañana en la capilla debe hacerse vida concreta durante el día; la oración es todo lo que hago, lo que pienso, lo que lo que digo, lo que elijo, lo que vivo. A pesar de mi soberbia y de mi orgullo, delante de la presencia de Jesús vivo en la Eucaristía siempre encuentro fuerza y el deseo de recomenzar, de agradecer, de vivir en la verdad y de pedir perdón…”.
“Luego de unos años en la Comunidad sentí que el Señor me llamaba para algo más. Consciente de mi pobreza y de mis carencias, tenía muchas preguntas y dudas que encomendaba al Señor en la oración. En mi corazón nació el deseo de ser parte de esta familia para siempre, pero ahora más profunda y auténticamente, entregando mi vida al Señor en el servicio a los hermanos.
La experiencia vivida en la Casa de Formación me ayudó a discernir y a responder a Dios con confianza y alegría. Los momentos vividos en el trabajo simple y cotidiano, en un silencio lleno de la presencia de Dios, fueron construyendo una relación nueva y más profunda con el Señor.
La vida de la Comunidad es hoy para mí un don inmenso, vivo mi servicio en la fraternidad de Polonia, donde tengo la oportunidad de servir a muchos jóvenes y familias que piden ayuda y puedo contemplar todo lo que el Señor obra en los corazones a través del carisma del Cenáculo ¡Es una gran alegría!”
“Gracias a ti, Jesús, porque eres amor, misericordia y perdón, porque me elegiste para ser hijo y testimonio de tu Divina Misericordia. Gracias Virgen María, por el don de la Providencia que hace la vida nueva y bella todos los días”.
Artículo originalmente publicado por Portaluz
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