¡Viva Cuba libre!

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En este día tan sensible, en el que se da revolucionaria sepultura a una de las más grandes satrapías del siglo XX -como ha sido la de Fidel Castro– no queda más remedio, con todos los respetos y reservas, que recordar a Séneca cuando escribía en su tratado «Ad Marciam de consolatione», que no existe «cosa más difícil que hallar palabras proporcionadas a un gran dolor». Efectivamente, dificilísimo para todos. En especial para sus camaradas comunistas que lloran su ejemplar pérdida: cincuenta años de dictadura implacable seguramente les parecerá poco. Y también para sus innumerables víctimas que, unas desde la tumba y otras desde el exilio, la justicia les parecerá imperdonable y exigua.

Así que, desde la Castilla y León hospitalaria que acoge a tantos cubanos, doy en primer lugar mi más sentido pésame a sus deudos más próximos y admiradores. Desconsuelo comprensible, porque la muerte de Fidel es como la del padre político que no se llena con cualquier otro. De Corea del Norte, pasando por la Venezuela de Maduro, y terminando por ETA y el populismo podemita -modelos de democracia arrasante hasta las trancas-, el llanto se hace plenipotenciario y no cabe en los incontenibles Orinocos y en los Cayos esmerilados. Incluso desde el Vaticano -con firma de su Santidad Bergoglia- llegó hace tiempo a la Isla un «motu proprio» en el que absolvía a Fidel y al castrismo de todos sus crímenes y desmanes totalitarios ante la historia y ante el seno de Dios Padre.

En segundo lugar, mi solidaridad con las víctimas. Conozco a tantas que tendría que hacer, en justicia, una tesis doctoral de las de antes. O sea, como Dios manda y en varios tomos y con copioso aparato crítico. A los muertos, que se cuentan con millares y millares -mataba tan bien Fidel que casi no se notaba-, la muerte del tirano jubilado, lógicamente, ya no les consuela en nada. Pero sus seres queridos vivos tal vez encuentren algún reposo ahora, pues morir a manos de un sátrapa cruel equivale a una muerte honrada que, como decía Tácito, «es mejor que una vida vergonzosa». A las víctimas exiliadas, mi reconocimiento en el homenaje a la vida misma: no hay cosa más dulce que una primavera que empieza.

En cuanto a mí se refiere, hace años que me despedí de la dictadura cubana, y de Fidel Castro en concreto, en una serie de poemas. En uno de los primeros, publicado en un libro que se titulaba «Calindario profano», y que data de 1990 -o sea, hace ahora más de 26 años- hice ya el epitafio de Castro de esta manera lírica: «Ningún perfil, tirano./ Tan sólo un hedor/ de sangre y baba». Si entonces ya negaba el perfil y el valor histórico de la tiranía -ahí está publicado para quien quiera leer sin metáforas ni pamplinas de medio pelo-, hoy me ratifico y me distancio aún más de sus exclusiones totalitarias. Abajo la tiranía, y viva Cuba libre.

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