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Cuba Fidel Castro
La omnipresencia de Fidel Castro en Cuba
Infolatam
Madrid, 26 noviembre 2016
Por Carlos Malamud
(Infolatam).- Mucho se ha escrito, hablado y analizado sobre Fidel Castro en las horas posteriores a su muerte. Lo mismo se ha hecho sobre el significado de su liderazgo y de la Revolución Cubana para su país y América Latina o sobre las razones de su longeva permanencia en la primera fila de la política nacional e internacional. Por eso, en lugar de intentar escribir una semblanza de su vida o un análisis pormenorizado en torno a algunas de esas cuestiones me limitaré a formular algunas reflexiones dispersas sobre la importancia que Fidel Castro tuvo en Cuba.
Para comenzar habría que señalar que a lo largo de su dilatada vida política siempre se consideró por encima de los demás y pensó que todo debía girar en torno suyo. Resulta interesante analizar un par de frases pronunciadas al comienzo y al final de su experiencia militante. Al inicio encontramos aquella famosa frase de “Condenadme no importa, la Historia me Absolverá”, pronunciada en 1953 durante el juicio que lo terminaría condenando por su intento de tomar el cuartel Moncada. Y en el final, en abril de este año, con ocasión de la clausura del sétimo Congreso del Partido Comunista de Cuba señaló: “Pronto seré ya como todos los demás”.
Si en el juicio de 1953 prefirió concluir su alegato centrándose en si mismo y no en la revolución que impulsaba ni tan siquiera en la figura del tan citado José Marti, en 2016, pese a estar hablando de su futura muerte y del carácter igualitario que ésta tiene, incurre en un cierto reconocimiento de su excepcionalidad. Al afirmar que pronto será como los demás es porque de alguna manera creía que hasta entonces no lo había sido.
Y de hecho esto había sido así, especialmente en Cuba donde lo era todo, donde era como un Dios, donde nada se movía sin que él lo supiera dada la presencia agobiante de sus servicios de inteligencia. En realidad, más del 70% de los cubanos nació con posterioridad a la Revolución, de modo que son muy pocos los que conocen a unos gobernantes distintos a Fidel Castro y su hermano Raúl. Es tal su omnipresencia en la sociedad cubana que Yoani Sánchez tuiteó en la madrugada del sábado 26 que su madre había crecido bajo Fidel Castro, que ella y su hijo habían nacido bajo Fidel Castro pero que sus nietos nacerían sin Fidel Castro. La imagen de esa presencia agobiante continúa en otro tweet: “Durante mi infancia y adolescencia Fidel Castro decidió desde lo que comí, hasta el contenido de mis libros escolares”.
Esto explica la mezcla de sentimientos que hay en Cuba frente a su muerte. El desconcierto de todos frente a una noticia que pilló de sorpresa a prácticamente todo el mundo pese a ser preanunciada una y mil veces en el pasado. Como en el cuento “Qué viene el lobo” al final nadie se lo creyó y nadie estaba preparado para el evento (mucho menos la televisión oficial). Pero también hay que considerar la desazón de muchos y el temor de tantos otros. Si una imagen caracterizó la vida cotidiana de La Habana en la pasada madrugada fue la del silencio, un silencio que todo lo contagia y todo lo abarca. Un silencio respetuoso, muy distinto de la algarabía vivida frente al Café Versalles en Miami, pero también un silencio temeroso, de quienes no saben como responderá el futuro a la incertidumbre del presente o de los que temen por su propia seguridad ante una más que probable intensificación de la represión en las próximas jornadas.
El final de sus días no debe haber sido fácil para Fidel Castro, obligado a contemplar una serie de cambios imparables y que atestiguaban que ya nada era como él lo había soñado en sus días de mayor gloria. Después de haber denostado a los Beatles y a la música pop, como una muestra de la decadente cultura occidental, tuvo que soportar que en La Habana no sólo se realizara un macro concierto de los Rolling Stones o que Chanel organizara un sofisticado desfile de moda. Y para colmo su hermano firmó la paz con su tradicional y satánico enemigo, el mismo que intentó asesinarlo en repetidas ocasiones. Sin duda el comienzo del fin del modelo castrista.
Si la Cuba socialista, la Revolución Cubana y la imagen de Fidel Castro pudieron subsistir al desplome de la Unión Soviética y al colapso del comunismo se debió a una genial jugada del propio Castro. Al amparar bajo su manto a Hugo Chávez, al conferirle la condición de líder de la izquierda continental en reemplazo de la imagen de militar golpista que lo acompañaba, logró que tras su triunfo la emergente Venezuela bolivariana se convirtiera en la salvaguarda y en el mentor del experimento cubano. La idea de Cubazuela o de Venecuba fue funcional a los objetivos de los comandantes Castro y Chávez y permitió, de las manos del ALBA, colocar a Cuba en el centro de la política latinoamericana.
El futuro de Cuba sin Fidel Castro es incierto. No se sabe aún con seguridad si saldrán fortalecidos los sectores reformistas o los más conservadores o inmovilistas. No sabemos cómo incidirá su desaparición sobre el futuro de las reformas ensayadas por su hermano Raúl. Incluso sabemos menos sobre la evolución de la relación con Estados Unidos, aunque allí interviene directamente el factor Donald Trump. Sin embargo, y pese a que de momento no se presienten nuevas y profundas reformas económicas y mucho menos políticas, lo que sí sabemos, lo que sí es cierto, es que sin Fidel Castro vivo ya nada en Cuba seguirá siendo como antes.
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