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Como dice el refrán: la opinión pública es una cosa y la opinión publicada es otra. El martes, la opinión pública en Estados Unidos rompió su silencio y votó por Donald Trump. Había buenas razones para su decisiva victoria.
Nadie en esta campaña comprendió mejor que Donald Trump el desprecio de larga data, y profundamente arraigado, que gran parte de la sociedad estadounidense siente hacia Washington y el liberalismo izquierdista. La mayoría conservadora de Estados Unidos se cansó de los constantes ataques de las élites políticas y de los medios contra sus valores y su estilo de vida. Gente trabajadora y honesta, que desempeña diariamente sus labores y paga sus impuestos, está harta de los liberales de clase alta que incluso piensan que son progresistas por entrometerse en sus vidas. Eso no va bien en el corazón del país, donde la libertad personal es considerada como el bien más preciado. La gente tiene una reacción casi alérgica cuando los bienhechores y sabelotodos de la capital intentan dictar cómo deben vivir y qué deben pensar, o qué pueden o no decir en la esfera pública.
Este descontento llevaba mucho tiempo forjándose bajo la superficie. Y ahora, Donald Trump llegó y metió el dedo en la herida. Frente al resto del mundo, Trump dijo sin rodeos las mismas cosas que millones de estadounidenses habían estado pensando, sintiendo y odiando desde hacía ya mucho tiempo.
Por supuesto, estas personas también están preocupadas por las escuelas pobres, el mal estado de la infraestructura, el terrorismo, los mayores costos de Obamacare, sus hipotecas y muchos otros temas. Pero lo que motivó a estas personas el día de las elecciones más que cualquier otra cosa fue la erosión de su cultura y la traición de los arquetípicos ideales americanos. Y quién más para culpar que Hillary Clinton. Ella era y es el símbolo de todas aquellas cosas que detestan los estadounidenses: personas corruptas, hambrientas de poder, deshonestas, detrás solo de su beneficio personal.
La odiada «aventurera política”
Hillary Clinton es el prototipo del carpetbagger (portador de bolsa de alfombra). Cada estadounidense conoce este término. En 1865, después del final de la Guerra Civil, los norteños llegaron al sur, asumieron importantes cargos y le dijeron a la población derrotada lo que tenían que hacer y cómo necesitaban vivir en el futuro. Fueron llamados carpetbaggers porque el equipaje con el que viajaron fue cosido de pedazos de alfombra usada. Para la mayoría silenciosa de Estados Unidos, Hillary Clinton y los demócratas –como el partido de izquierda y los Verdes en Europa– son carpetbaggers modernos.
¿Y ahora qué? Tuvimos una campaña que fue disputada con una brutalidad sin precedentes. No es de extrañar que hubo, y haya aún, mucho en juego. Donald Trump es el líder del movimiento más grande que Estados Unidos haya visto en su historia reciente; más grande incluso, y con considerablemente mayores consecuencias, que el movimiento contra la Guerra de Vietnam hace casi 50 años. La revuelta en la sociedad estadounidense acaba de comenzar.
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