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Mi buen amigo, como de toda mi familia, el hoy Papa negro, el nuevo padre general de los jesuitas, Arturo Sosa A., recién estrenado en ese cargo (y a quien felicito de todo corazón), profirió un conjunto de ideas que destaparon polémicas reacciones. No había terminado de asumir esa investidura cuando, fugazmente, cambió el traje de servidor de Dios para meterse en el terreno del diablo: la política. En efecto, el Padre Sosa como acostumbré a llamarle es un extraordinario analista político y un curioso investigador de como las ideas políticas adquieren relevancia en la ontología existencial del venezolano.
Cuando leí sus declaraciones, me vino a la mente una frase que escribiera el Dr. Ramón J. Velázquez en el prólogo que le hiciera a su libro “La filosofía política del Gomecismo, a saber. “No es posible conocer un país si limitamos la información a las aventuras militares de sus gentes, a su laborar en materia económica, a los aspectos folclóricos o etnográficos. Buen parte del conocimiento de un país proviene del de sus aportes en el campo intelectual, porque las ideas están dotadas de vida propia y por el triunfo de sus ideales los hombres sacrifican vida y bienes”.
No es mi intención “enmendar” la plana al Padre Sosa. No obstante, por ser su amigo me voy a permitir la licencia de opinar para delimitar algunas cuestiones sobre esas polémicas palabras. Digo esto por la frase “…que ni el Gobierno ni la oposición “tienen un plan” para resolver la actual situación en Venezuela.
Luego, el mismo Padre Sosa aclara que el plan al que se refiere es para enfrentar la inseguridad jurídica y política, así como el desabastecimiento, el colapso de los servicios de educación electricidad, salud, el hambre y la miseria, la población lo está percibiendo así. Además que si no hay un plan no se avanza; no podemos seguir improvisando, eso es lo que se han hecho en los últimos años y el resultado ha sido la derrota en todos los escenarios, no hay ni siquiera posibilidad de salir del atolladero donde nos encontramos.
El Padre Sosa, repito, por demás, un politólogo quien ha dedicado la mayor parte de su vida en buscar la respuesta a los problemas del hombre en esta tierra de gracia y estudiado los procesos sociopolíticos del país como el papel de la Iglesia, sabe muy bien el peso que tiene su palabra.
Coincido abiertamente con él cuando advierte sobre el esquema rentista que ha acosado a Venezuela. Primero el café y el cacao, luego el petróleo, éste, administrado por el Estado y en estos últimos 14 años por el gobierno. Los resultados antes de 2002 están a la vista, luego del 2002, también. Es una letanía.
El Dr. German Carrera Damas en su libro “Una nación llamada Venezuela, habla de la abrupta sustitución del General Medina. No importaba el medio. Lo que se buscaba era la instauración de un estado liberal democrático. O, como señalase el propio Rómulo Betancourt “.Un gobierno nacido de la violencia que actúa con tolerancia”. Para justificar a su gobierno. Tuvo razón. El suyo forjó y sentó las bases para la instauración de un régimen democrático. Ese que el Dr. Germán Carrera Damas señalase más arriba. Éste, se instauró por tres años. Hay quienes dicen que “justificar” esa salida es una apología al delito. “… El 18 de octubre de 1945 marcó el punto crítico en este orden de ideas, pero en el fondo aplazó la cuestión esencial sin resolverla, al favor de una coyuntura internacional”. Esto último lo confirma la inevitable salida militar que sustituyó al hombre de letras, Don Rómulo Gallegos, quien fue sorprendido en pantuflas y extrañado de su país.
Sólo desde el 23 de enero de 1958 se potenció lo buscado en 1945, al producirse un proceso de conciliación de élites, como señalare el Dr. Juan Carlos Rey. Luego, esa experiencia fracasó gracias a su propio éxito. Había un proyecto, para mejorar, reformar, cambiar la, para ese entonces, existente realidad: Recuérdese se hablaba de la reforma del Estado. Eso fue en 1992, cuando sobrevino la fatídica noche del 4 de febrero. Ese acto infausto no tenía ningún plan, programa ni proyecto. A menos que las desgracias que hoy sufrimos puedan considerarse un plan. No creo. Ese proyecto o plan, involucionó al país sobre la senda que hubo de estructurar el régimen civilista durante 40 años para destruir todo lo que veía en su paso.
Hoy sufrimos un esquema de dominación absurdo, africanizante, en el sentido que no hay instituciones. Donde cada prohombre del régimen se arroga un poder ilimitado. La centralidad de las decisiones estatales, si es que existen, son el resultado de acuerdos, cual grupo de mafiosos que se reparten la zonas para delinquir. Este gobierno, heredero del anterior, magnificó el modelo rentista instaurado en el país desde siempre. Hoy, los actuales gobernantes descubren “el agua salada” al decir: “debemos superar el rentismo petrolero”. Acaso, ¿eso no fue lo que quiso el presidente Carlos Andrés Pérez, contra quien ellos levantaron armas? Lamentablemente estos personeros del socialismo del siglo XXI, perdidos en un laberinto, no reconocen las ventajas de una sociedad democrática.
Ellos creen que por estar en el poder, pueden estar por encima de los ciudadanos. La oposición busca redefinir el papel de éstos. Pensamos que en ello consiste la diferencia entre el socialismo del siglo XXI y los factores de la oposición. Éstos, reconocen las dificultades para invertir la ecuación según la cual el Estado subordina a los ciudadanos a sus condiciones; cuando es el Estado el que se debe a éstos, pues son ellos quienes lo mantienen. En Venezuela es el Estado quien, por ser dueño del petróleo, mantiene la sociedad, repito, la subordina. He aquí el razonamiento tan asertivo del Padre Sosa, cuando remata al decir que esto es lo que hace “muy difícil la creación de un Estado democrático”.
El Padre Sosa argumenta con la razón del tamaño de un templo: “este es el “modelo rentista” que “ha encabezado el comandante (Hugo) Chávez y que ha seguido Nicolás Maduro” y que “no se sostiene” ante un país que ha crecido enormemente y “es un gigante”.
Concluyó que “lo mismo ocurre en la oposición venezolana, que tampoco tiene un proyecto rentista diferente, que es lo que se necesitaría para salir a largo plazo de esta situación en la que está el país”. Sosa insistió en la necesidad de “construir puentes” entre todos como pide la sociedad venezolana porque “nadie quiere más la violencia que existe en el país”.
Sobre la misión principal de los jesuitas, el Padre Sosa afirmó que en esta congregación destaca la importancia de “reconciliar” al país ante los conflictos. Lamentablemente vivimos tiempos donde el norte de la razón está perdido. Desde el poder, donde se debería iniciar ese proceso, lo que se percibe y se siente en carne viva es que no hay interés, pues no hay proyecto ni plan. En la oposición si hay un plan. Primeramente se observa en la composición de su estructura. No hay caudillos, como lo señala la historia del país y describe el mismo Padre Sosa: “El caudillo, el hombre fuerte, va a representar en la situación dejada por la larga lucha emancipadora una verdadera <<necesidad social>>. Las sociedades, lo hemos repetido muchas veces, no progresan sino en el orden”. En cambio, para nosotros ese orden se debe expresar en democracia y no en caudillos, bien sean militares o falsos obreros.
Este socialismo del siglo XXI ha traído desorden, anarquía, hambre, penurias, inseguridad y anomia. No hay ley, no hay Estado, ni ley. En tanto que la oposición, apunta, en el marco de sus contradicciones internas, a un orden democrático plural, basado en la conciencia democrática que el país consumió durante 40 años y que felizmente este gobierno no ha podido eliminar totalmente. Esta es la gran diferencia con este socialismo del siglo XXI, el cual parece más bien una realidad propia del África del siglo XIV. Venezuela, tras 71 años después del octubre de 1945, el gran intento por civilizarse democráticamente, todavía enfrenta a sus fantasmas caudillistas.
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