La dinastía Ortega

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Como si en Managua no se dijera a gritos que Rosario Murillo es el verdadero poder detrás del poder.

 

 
Al final, y como se esperaba, la comedia se consumó en Nicaragua. El presidente Daniel Ortega acaba de ganar su cuarto periodo en el poder (tercero consecutivo) a través de unas elecciones cuestionadas, en las que la Justicia se encargó de ilegalizar a la oposición; en las que no hubo misiones de observación internacional y en las que la abstención pudo haber roto récords históricos. Escrutado el 99,8 por ciento, Ortega cosechaba el 72,5 de los sufragios, contra 15 del derechista Maximino Rodríguez.

 

 

 

La oposición, por supuesto, no reconoce los resultados y pide repetir las elecciones. Pero no pasará nada, porque los Ortega tienen todo bajo control.

 

 

 
Esa es la Nicaragua del comandante Ortega. El hombre que junto con el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) logró derrotar en 1979 a una de las más sanguinarias dinastías de dictadores (los Somoza) que haya conocido Latinoamérica hoy pretende consolidar la suya no solo copando con sus familiares y amigos los puestos claves de los poderes y la administración públicos, sino que también hizo elegir a su esposa, Rosario Murillo, como vicepresidenta. Como si en Managua no se dijera a gritos que ella es el verdadero poder detrás del poder. Es claro que juegan a una sucesión encarnada en la popular ‘compañera’.

 

 

 
¿Pero cuál es el secreto de Ortega? El modelo electoral es casi idéntico al desarrollado por Chávez en Venezuela, Evo en Bolivia o Correa en Ecuador. Es decir, que luego de estar en la cima cooptan la mayor cantidad de poderes públicos, amordazan o acosan a la prensa libre, le tuercen el pescuezo a la Constitución y se legitiman a través del voto popular.

 

 

 

La diferencia de Ortega con el chavismo es que el excomandante guerrillero se alió con el capital (algo parecido a lo de Evo), lo que le ha permitido al país tener un crecimiento económico importante que ha disimulado el desastre institucional. Pero gran parte de ese impulso se hizo a costa de los petrodólares de Caracas y del apoyo de una izquierda continental hoy menguante. Puede venir una época de sanciones y de presión internacional, pero eso parece no afectar al revolucionario matrimonio. Nace una dinastía.

 

 

 

editorial@eltiempo.com.co

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