Hallan ocho flamencos muertos en la laguna Las Peonías

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Un reguero de plumas rosadas, blancas y negras flotaban en la boca del caño Iragorri, afluente de agua dulce de la laguna Las Peonías, municipio Mara. Entre la marisma, dispersas, se apreciaban las cabezas cortadas y las patas zancudas de ocho flamencos que se alimentaban en la zona. Alguien, también por hambre, los cazó.

Les extrajeron las pechugas (cuyo peso es ligeramente superior a la mitad del peso total del animal) y abandonaron los restos. Cerca de los cadáveres había polluelos, lo que lleva a los estudiantes e investigadores del Museo de Biología y de la Facultad Experimental de Ciencias de LUZ a pensar que las aves están nidificando en Las Peonías, donde solo llegaban a alimentarse.

La colonia de esta bandada está asentada en Los Olivitos, municipio Miranda, donde viven alrededor de 10 mil ejemplares. El biólogo Luis Sibira, miembro del equipo que le hace seguimiento a esta especie, explica que todos los sábados recorren Las Peonías en bote. Y el pasado día 5, encontraron los cuerpos descuartizados.

Presumen que los mataron con palos o varas largas, porque no hay un patrón entre las heridas ni encontraron perdigones entre los restos. Nadie en los alrededores afirma o niega que cace estas aves para su consumo personal.

Tito Barros, biólogo y especialista en anfibios, también atestiguó el hallazgo junto a Nubardo Coy, docente de la Facultad de Arquitectura y Diseño de LUZ, quien lleva el registro fotográfico, y junto al ingeniero Alexis Quintanillo, capitán de lancha del grupo. Todos velan por la conservación del flamenco.

El hambre

Miguel Ángel Campos, sociólogo y profesor de LUZ, acompañó al equipo y explica que en los alrededores de Las Peonías hay asentamientos indígenas, históricamente golpeados por el hambre, donde hay pequeños hatos de chivos.

Lo preocupante, sin embargo, es que ni en los peores momentos de carencia cazaban a estas aves. Étnicamente no hay una relación cultural con el flamenco, y ni siquiera por hábito representaba un atractivo económico ni alimentario.

“Lo máximo que llegó a pasar en Los Olivitos era que se robaban los huevos. Entonces apareció la gente del Ministerio de Ambiente y eso cesó, pero nunca mataron un flamenco para comérselo”.

Pero en estos poblados rurales, empobrecidos, ven en estos ejemplares un blanco relativamente fácil de proteínas. “Es territorio de nadie, no hay sanciones, ellos no lo ven como delito. Pero eso no los exculpa”.

Lo cierto es que la carne no abunda entre los rebaños de los indígenas. Sacrificar un chivo significa alimentar a otro durante un año para que crezca y poder consumirlo. Un ritmo muy lento para la velocidad con que avanza el hambre. 

“Es la tercera vez que ocurre. Antes vimos plumas, huesos, palos ensangrentados cerca de la orilla. Pero esta vez, en la marisma, nos encontramos la matanza. Lo que inicialmente fue una especie de tanteo, probablemente se va a convertir en una rutina, y si los cazan a ese ritmo, van a exterminar esa bandada. Se trata de establecer responsabilidades y de que las instituciones aparezcan. Es una impunidad que alienta a otras acciones”.

 

 

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