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De la sorpresa y complacencia inicial, el diálogo, apadrinado por el Vaticano, se convierte en una suerte de comodín que toma distintos valores y cumple diversas funciones según convenga políticamente.
La debilidad estructural y coyuntural, con la que el diálogo comienza, afecta los acuerdos y concesiones iniciales, que se desdibujan con la reactivación del sistema de amenazas de parte y parte. Rápidamente afloran las vulnerabilidades y, desde algunos sectores, se impone la apuesta al fracaso del diálogo en detrimento de la consolidación de procesos de negociación y construcción
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