La oposición a la inmigración se basa a menudo en el argumento de que provoca un aumento de los índices de delincuencia. La creciente migración mundial, espoleada por el cambio climático, la inestabilidad económica y los conflictos, ha exacerbado estas preocupaciones. Pero, ¿se basan estos temores en la realidad o son sólo retórica xenófoba disfrazada de preocupación por la seguridad pública?
Contrariamente a las narrativas alarmistas, las pruebas empíricas revelan un panorama diferente. Los datos indican de forma abrumadora que la inmigración no está relacionada con un aumento de la delincuencia. En algunos casos, la inmigración podría incluso estar relacionada con una disminución de determinadas actividades delictivas.
Veamos más de cerca el caso de Chile. Este país sudamericano, con casi 20 millones de habitantes, ha sido testigo de un repunte del sentimiento antiinmigración. La preocupación por la delincuencia encabeza la lista de objeciones contra la inmigración, seguida del temor a los riesgos sanitarios, como la propagación de nuevas enfermedades. Sin embargo, la realidad dista mucho de estas aprensiones.
Chile ha experimentado un aumento constante de la inmigración en las últimas décadas. En 1990, los inmigrantes apenas representaban el 1% de la población. En 2020, el número de inmigrantes había aumentado a 1,5 millones, casi el 9% de la población total. La mayoría de estos inmigrantes procedían de Venezuela, Haití y Perú.
En respuesta a estos cambios demográficos, muchos chilenos recurrieron a medidas como la instalación de cercas eléctricas y la adquisición de perros de seguridad. También se introdujeron cambios legislativos que aumentaron la autoridad del gobierno para expulsar a los inmigrantes y limitar su acceso a la protección bajo el manto de la protección de los derechos humanos.
Sin embargo, un estudio publicado en el American Economic Journal pinta un panorama totalmente distinto. Tras examinar datos de 2008 a 2017, los investigadores concluyeron que la inmigración no tenía ningún efecto sobre los índices de delincuencia. Curiosamente, las personas que vivían en zonas con más inmigrantes eran más propensas a considerar la delincuencia como su principal preocupación, a pesar de que no había un aumento estadístico de las actividades delictivas.
Esta conclusión coincide con otros estudios realizados a lo largo de tres décadas en 30 países, como Australia, Austria, Francia, Japón, México, Corea del Sur, España y Estados Unidos. Todos estos estudios no encontraron ninguna relación tangible entre la inmigración y los índices de delincuencia.
Las ideas erróneas sobre inmigración y delincuencia siguen prosperando, a menudo alimentadas por agendas políticas y amplificadas por los medios de comunicación. El hecho de que nuestros orígenes se remontan a África y que el movimiento es una tendencia inherente al ser humano se pasa convenientemente por alto.
Mientras nos preparamos para un futuro marcado por extremos climáticos, conflictos y hambrunas, la migración mundial aumentará inevitablemente. Cuando los desplazados llamen a nuestras puertas, ¿los recibiremos con miedo o los acogeremos con compasión y ciencia?