“La migración nos rompió. Nos mató de formas simbólicas. Ahora convivo con sillas ausentes. Me conformo con una pantalla y con enviar remesas para mitigar la culpa de mi abandono”, afirmó una fuente anónima para Los Migrados, una apuesta periodística por revelar cómo la migración forzada ha cambiado la vida de los venezolanos, ahora colmados de una sensación de desarraigo. Ese es un precio a pagar por escapar de violencia y de una economía caótica que, en conjunto, encarnan razones de peso para hacer las maletas —o simplemente irse caminando. Pero el equipaje carece de capacidad para transportar los sueños familiares, las aspiraciones profesionales y todo lo que representa el derecho a un “proyecto de vida”.
Al menos seis millones de personas han salido de Venezuela buscando protección y estándares dignos en otros países. Los que se van en la actualidad también están motivados por una “reunificación familiar”, como identifica la última Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (Encovi). La mayoría de ellos, desgraciadamente, permanecen con un estatus vulnerable, con un “sello en la frente”. E incluso muchos de los afortunados, los que ahora son exitosos y alimentan nuestro orgullo nacional, se ven reducidos a celebrar sus logros junto a seres queridos a través de una video llamada.
Muchos, de un modo u otro, recordamos a menudo que esto no era lo que habíamos planeado. Con frecuencia añoramos esa carrera a la que tuvimos que renunciar, o las hallacas hechas por todos los miembros de su cadena de producción, o los cumpleaños en los que todos sepan cantar “ay, qué noche tan preciosa”. De nuevo, todo lo que representa nuestro derecho a un “proyecto de vida”.
Fuente: Cinco8