Tanto compradores como vendedores hablan de una “depravación” al momento de fijar precios de productos, bienes y servicios en Venezuela. Ni la dolarización de facto es un antídoto suficiente para la inflación, aún creciente.
A la suerte
Joel, un venezolano de 23 años, pedalea su bicicleta de tres ruedas y cajón de madera por las calles del norte de Maracaibo, pregonando en alto volumen un mensaje en su megáfono: “¡Compramos aires malos, baterías viejas!”.
Sus transacciones del día no avanzan con buena fortuna: dentro de su cajón, solo se ven cinco latas de una bebida energética y un par de tapas de olletas. “Está pesada la cosa”, dice. Sus finanzas no atraviesan su mejor momento.
El joven, refugiado del sol bajo la capucha de un suéter negro, compra objetos de aluminio de segunda mano para revenderlos en chatarreras de la zona industrial, en las afueras de su ciudad, a 70 centavos de dólar (3 bolívares) por kilo.
Él ofrece por un aire averiado o en desuso hasta 10 dólares, por ejemplo. Su negocio es multiplicar su valor luego. Es una tarea compleja en un país que ostenta la corona de la inflación más alta del mundo: según cifras del Banco Central, el alza promedio de precios fue de 340,4% en los últimos 12 meses.
Fuente: Voz de América