De Córdoba a Venezuela: la aventura de un empresario argentino que quiere explotar el potencial productivo

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Cuando era un niño, a Hernán Torre le encantaba andar arriba del tractor en los campos que alquilaba su abuelo en la zona de General Baldissera, en el departamento de Marcos Juárez. Su destino parecía estar marcado. En el 2001, tras recibirse de Licenciado en Gestión Empresarial en la ciudad de Córdoba, volvió a sus pagos para trabajar en la producción agropecuaria. Había vocación, las mejores tierras del país y una revolución tecnológica en pleno proceso.

Pero hay personas que siempre necesitan ir más lejos. A los pocos años, con algo de experiencia encima, reunió a un grupo de inversores de su zona y les propuso hacer un análisis de mercado para empezar a producir en la Venezuela de Hugo Chavez. Juntó unos pesos, armó la mochila y se fue un mes a estudiar el escenario. Tras algún que otro ensayo, de aquellos posibles inversores finalmente ninguno decidió desembarcar en las tierras bolivarianas, pero Torre se animó a la aventura solitaria.

“Acá el sector agropecuario es pequeño, me hice amigo de todos los líderes y empecé a ayudar y asesorar a productores y asociaciones sobre siembra directa y agricultura de precisión. Desde 2007 vine todos los años, y en septiembre de 2010 ya me quedé definitivamente”, recuerda Torre en diálogo con Clarín Rural. Cuando habla de su lugar de origen todavía se le nota un dejo del acento cordobés, pero cuando se adentra en la realidad venezolana su habla se torna más caribeña. “Al principio era todo ad honorem, acá a la gente le cuesta pagar esas cosas, pero eso me abrió todas las puertas y hoy soy un referente más en el sector”, comenta.

¿Qué fue lo que lo atrajo de ese país para decidir plantar bandera? Unas cuantas cosas. Seguramente la música y la comida no son malas, pero por mencionar solo algunas que tienen que ver con lo productivo: buenos precios, bajos costos y una enorme superficie libre para empezar a cultivar.

Según los cálculos de Torre, en Venezuela hay unas 30 millones de hectáreas abandonadas para poner en marcha. “Hay de todo: tierras buenas, zonas áridas como San Luis, suelos A1 como Córdoba, suelos colorados como Corrientes, zonas húmedas, zonas secas, zonas que les entran dos ciclos de siembra anuales y mucha agua para poner un pivote de riego donde quieras”, describe. Y luego, a modo de síntesis, afirma: “Hay buenos precios, los costos son bajos pero no hay capacidad de producción. Venezuela está atrasada 30 años”.

A la cancha

Al detectar esa oportunidad, Torre se juntó con unos amigos brasileros y empezó a reproducir semillas de soja y a impulsar la siembra en todos lados. Más tarde, viendo que hacía falta mucha organización y gestión fundó Polo Sojero, una firma a través de la cual ofrece asesoramiento y manejo agrícola, asociado con grandes productores.

Hoy, según explica, en Venezuela hay aproximadamente 150.000 hectáreas sembradas de maíz y apenas unas 12.000 de soja. Esa superficie reducida les pone un piso muy alto a los precios. “Como no se cubre la demanda interna, la industria tiene que salir a comprar esos granos al mercado externo y pagar costos de flete, “gastos corrupción”, costos de nacionalización… entonces lo que compra afuera, dependiendo de la época, termina costando 20 o 30 por ciento más. Y ese es el precio al que se vende acá la producción. Un maíz que en Argentina o Chicago está a 250 dólares acá se vende a 300, una soja que en Argentina está a 500 dólares acá se paga 600”, dice, y agrega que el mercado interno venezolano consume 1,2 millones de toneladas de soja, lo que equivale a la producción de unas 600.000 hectáreas que habría que poner en marcha.

La ecuación de costos y precios es algo que en Venezuela cambió drásticamente en los últimos tres años. Antes, explica el cordobés, el Gobierno fijaba un precio para los granos y brindaba los insumos subsidiados. “Esto generaba que los gremios de productores solo quisieran negociar un mejor precio con el Gobierno, no levantar rendimientos. Ahora la gente está mal acostumbrada a los subsidios. Hace diez años compraban los tractores por 200 dólares. El promedio nacional en maíz es 2800 kilos y casi no cubre los costos, que ya no son subsidiados”, remarca.

De todas maneras, aclara, a pesar de la quita de subsidios los costos de producción siguen siendo muy bajos. Para empezar, todo se hace sobre campo propio. “La tierra es tan barata que conviene comprarla, no se hace arrendamiento”, dice. El gasoil, se sabe, es “prácticamente regalado”. Los sueldos son de 5 dólares por mes, y la petrolera estatal tiene una empresa que fabrica urea y la vende a 160 dólares la tonelada. Números más que atractivos para el productor.

“Tenemos mucha demanda, estamos creciendo muy rápido -dice Torre sobre su empresa-. Hay gente que quiere invertir, no solo de aquí sino también de Argentina. Aquí no hay retenciones ni desdoblamiento cambiario, vendés una soja a 600 dólares y es eso lo que te entra al bolsillo. Es el momento para entrar a invertir en Venezuela”.

Yendo a lo productivo, Torre detalla que la mejor soja rinde 2.500-3000 kilos y el mejor maíz 5.000 kilos. “En soja usamos materiales transgénicos traídos del norte de Brasil, con moléculas fijadoras de nitrógeno y con 200-300 kilos de NPK. En maíz se están produciendo unos materiales interesantes, los sembramos a 50.000-70.000 “matas” por hectárea, a una distancia de 45 centímetros”, describe.

Otra alternativa para agregar a la rotación es el frijol chino (poroto mung), que es bastante sencillo, de ciclo corto y se hace como cultivo de segunda detrás de soja o maíz. “Se exporta a Estados Unidos y a India y se paga un dólar el kilo, arroja números interesantes”, dice. Después agrega que también es un buen momento para entrar en ganadería con inversiones grandes. “El precio de la hacienda está en 80 centavos o un dólar por kilo, y baja cuando hay sequía, mientras que el precio internacional ronda los 1,5-2 dólares”.

Claro que no todo es color de rosa en la Venezuela de Maduro. Entre las dificultades que destaca el productor argentino está la falta de maquinaria tras la fuga de fierros hacia la vecina Colombia que se dio cuando el Gobierno fijaba los precios agrícolas. “Falta tecnología, maquinaria, inversión. Eso es lo complicado acá, porque el sistema financiero está quebrado”, dice.

El otro desafío: entender cómo moverse en una sociedad marcada por la informalidad e inestabilidad política. “Hay tres asambleas, tres congresos diferentes, el sistema legal es muy informal, la tenencia de la tierra también… Una de las asambleas permite el uso de transgénicos y otra no. Nosotros los estamos usando, pero no hay una legislación que los ampare”, comenta Torre.

Él, como quien se acostumbra a aguantar el calor, ya parece haber entendido el juego y, de la mano del conocimiento y la tecnología, se anima a apostar fuerte por el crecimiento del agro venezolano.

Fuente: Clarín

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