Diáspora y exilio interior Venezuela: la cultura a la intemperie

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Estadio superior a la crisis social y económica que Venezuela sufre, hoy ya se padece allí una catástrofe cultural. Tal es la conclusión del informe “Plan País Cultura”, entregado a fines de 2019 al líder opositor Juan Guaidó, cuyas conclusiones circularon limitadamente y al que pudimos acceder. Apenas quedan librerías, la industria editorial se ha hundido y las actividades teatral y musical está muy golpeadas. Las instituciones del arte, en las que el país tuvo joyas, son el peor capítulo de la decadencia. Pero hay quienes persisten trabajando en medio de la precariedad.

Cuesta arriba en una barriada caraqueña: un mural e medio de la pandemia que azota también a Venezuela. Foto: EFE/RAYNER PEÑA

Muchos de los creadores se han ido del país, repartidos entre España, México y la Argentina. A falta de un lugar digno y de libertad de expresión en casa, escritores y editores, músicos y gestores brillan en el extranjero: Sol Calero (reconocida por sus instalaciones en Berlín y Londres), Paola Nava (Museo de Arte Contemporáneo, Universidad de Chile), Gabriela Rangel (ex directora de la Americas Society neoyorquina y del Malba), Karin Valecillos (guionista en Netflix), Karina Sainz Borgo (premio O. Henry 2021), Gustavo Dudamel (director musical de la Ópera de París), el violinista Diego Matheuz (director en La Fenice, de Venecia) y Marina Gasparini (editora de poesía en Pre-Textos, España).

Más difícil, pero crucial, es saber cuánto queda de la cultura venezolana adentro. Y la pregunta más punzante: ¿cuál será el saldo en términos de capital intelectual perdido, una vez que el país recupere el cauce democrático? Diáspora y territorio son claves en las transiciones democráticas; pero esa circunstancia también crea heridas sin suturar y a veces origina una pugna ética entre los de adentro y los emigrados.

Históricamente, el estado venezolano adelantó políticas en el ámbito cultural, pero los cambios ocurridos en los últimos 23 años rompieron los acuerdos que en el siglo XX sustentaban las actividades creativas tradicionales. Con el ascenso de Hugo Chávez a la presidencia, en las elecciones de 1998, se produjo la ruptura de consensos en la sociedad venezolana y, en el plano de las políticas culturales, esto generó una nueva dinámica en la que se bifurcaron los caminos y acentuaron las fricciones. Quienes accedieron al poder establecieron nuevos paradigmas culturales afines a su visión ideológica.

El discurso oficialista enfatizó una dimensión simbólica y política que realzó el discurso de “lo popular” versus las élites. No obstante, el populismo, el clientelismo y la exclusión del acceso a los recursos del Estado no han dejado de limitar las potencialidades creadoras, en particular porque tendrían lugar en un ambiente de conflictividad política que promueve lealtades ciegas y estimula el temor.

Un informe asolador
Según el mencionado informe “Plan País Cultura”, dirigido por la gestora cultural Diana López Mendoza (hermana del opositor Leopoldo López), “la devastación cultural de Venezuela” es consecuencia de la concentración de “los recursos culturales, el proselitismo político y el poco profesionalismo de la gestión”, que generó el “abandono, deterioro progresivo, desarticulación y extinción paulatina del patrimonio nacional, tanto tangible como intangible”.

Desde 1999 hasta la actualidad, señala el estudio, las instituciones culturales de servicio público se convirtieron en la bandera proselitista que enarbola el “Socialismo del siglo XXI”, instaurada por Chávez y sostenida por el régimen de Nicolás Maduro, desde que fue electo en 2013.

Maduro junto con la vicepresidenta Delcy Rodriguez y el ministro de trabajo Eduardo Pinate el 1 de mayo. Foto: EFE/EPA/Miraflores press

Con el fin de los altos ingresos petroleros, la crisis se agudizó por distintas razones: la gestión de políticas económicas desacertadas, las sanciones de Estados Unidos; la interrupción del servicio eléctrico de marzo de 2019 (que dejó a oscuras al país por más de 24 horas generando pérdidas para el sector cultural y creativo de U$S 6.912.500); la pandemia iniciada en 2020.

El proceso de destrucción afectó a más de 3.000 industrias, según la mencionada investigación. Las industrias culturales y creativas que conforman el ecosistema cultural, mermadas por el colapso económico, presentan una contracción económica nacional del 50% del PIB.

Para 2018 habían cerrado 80 librerías y hace unos días cesaron las caraqueñas Entrelibros, que baja la persiana tras 40 años, y Estudios, referencia del ámbito académico. A la fecha, la Cámara Venezolana de Editores registra una pérdida del 70% del mercado del libro debido a la prohibición de usar textos escolares de editoriales privadas en escuelas públicas. Asimismo, ya no tienen filiales de trasnacionales como Planeta o Random House Mondadori.

En 2015 se creó la Fundación Museos Nacionales, integrada por 16 instituciones: 11 de ellas ubicadas en Caracas y el resto en el interior. La situación actual es similar para estos espacios: no cuentan con cobertura de seguro para las obras, la mayoría de las bóvedas donde están las piezas y en la infraestructura general de cada uno de los museos no hay aire acondicionado desde 2016. La iluminación de las salas y los depósitos son inadecuados. Además, no se cuenta con información digital sobre las colecciones de cada museo. La Bienal de Venecia de 2019 dejó al desnudo la situación del arte en Venezuela. Con un pabellón privilegiado en el sector Giardini, abrió después de días de espera y en medio de protestas por parte de artistas venezolanos, quienes intervinieron el espacio con la consigna “No mientas más”.

Instalación del pabellón venezolano en la XIII Exposición Internacional de Arquitectura de Venecia. Foto: EFE

Pese a la precariedad en el sistema museístico, el arte encuentra refugio en galerías privadas. Una de estas es la de Alexis De La Sierra, escultor, artista digital y docente, quien ha mantenido sus espacios expositivos por 53 años. Según él, hoy reina la desolación: “La mayoría de las instituciones culturales están cerradas. Las privadas que están operativas lo hacen a un cuarto de máquina y las pocas oficiales abiertas son utilizadas con fines propagandísticos”.

Catástrofe civilizatoria
Dramaturga, creadora performática y docente universitaria, Yoyiana Ahumada alerta: “Tenemos una catástrofe civilizatoria que empieza por el hambre y la desnutrición y se traduce al ámbito cultural”. Advierte: “Toda la infraestructura museística está por el suelo. En todo el país, los museos han sido desplazados en su función original”.

Ahumada agrega que es progresivo el deterioro, así como el “robo del patrimonio artístico”, cuando esos espacios supieron ser referencia para América Latina, como el de Arte Contemporáneo Sofía Ímber, hoy llamado Armando Reverón.

Al mencionar la actividad teatral, Ahumada expresa que la política de subsidios desapareció: “Prácticamente, queda la Compañía Nacional de Teatro, creada en 1984 y convertida en una caricatura de lo que fue. El público tenía acceso a grandes obras del repertorio nacional y universal. Combinaba política de Estado con subsidios privados. Toda la infraestructura teatral, incluso en el interior, ha dejado de funcionar. El sector es de los más afectados, peor ahora sin presencialidad”.

Ahumada reconoce, sin embargo, la importancia crucial de las iniciativas privadas, todas ellas a pulmón: el grupo de teatro Skena, activo incluso en pandemia, y el Trasnocho Cultural (cine y teatro), dirigido por Solveig Hoogesteijn desde 2001, y que recuerda bastante la función que según los memoriosos supieron tener la antigua Librería Gandhi en la Buenos Aires reprimida, con sus debates sobre cine, e incluso la Cinemateca del Club Hebraica. El Trasnocho creó una plataforma virtual para adaptarse al confinamiento. Otros esfuerzos son el Centro de Arte Los Galpones, Parque Cultural Hacienda La Trinidad, el Centro Cultural BOD y la Fundación Medatia en el occidente del país. Ahumada destaca que la literatura ha encontrado nuevos derroteros en editoriales del exterior. La española Pre-Textos publicó la obra completa del poeta Eugenio Montejo y la novela Los Inmateriales, del narrador Oscar Marcano. La editorial Kalathos (de origen caraqueño) tiene presencia en Madrid. Antonio López Ortega, narrador y gerente cultural, desarrolla un trabajo importante en las islas Canarias. En el país hay empresas independientes como Editorial Eclepsidra, que durante toda la pandemia sacó cinco libros inéditos. Permanecen Todtmann Editores, Gisela Cappellin Ediciones, Monroy Editor, La Poeteca y la Fundación para la Cultura Urbana. “La narrativa está viviendo un momento de esplendor y madurez”, enfatiza.

Aunque remuerda el llamado emocional de volver, los exilios de hoy pueden ser infinitamente menos aislados que para las generaciones desterradas en los años 70. A la distancia, los exiliados continúan conectados en redes, y trabajando para proyectar su labor y el de sus connacionales.

Afuera, la creatividad toma otra dirección. Alejarse del agobiante caos cotidiano oxigena las ideas y reenfoca los objetivos. Es el caso de Eduardo Sanabria, EDO, artista plástico y humorista gráfico, acérrimo crítico de Chávez y Maduro con su humor gráfico político, que desde 2008 se ha concentrado en el arte pop. La tapa de su libro Historieta de Venezuela, De Macuro a Maduro, en coautoría con Laureano Márquez (2019), ilustra nuestra portada. Desde Miami, reconoce que hace un tiempo renunció a la efervescencia política y su toxicidad, en favor de aguas más calmas. Ha expuesto en su Caracas natal, y en diversas ciudades estadounidenses y de Asia. “El diarismo que yo hacía ya no lo estoy retomando; solo lo hago cuando lo amerita y también he segmentado las redes: Twitter lo dejo para la política; Instagram, para las artes plásticas. En los tiempos que corren confluyen la censura de la dictadura con la censura propia de la cultura de la cancelación”, puntualiza EDO. Queda para la historia de los artistas latinoamericanos este cortejo desvaído que sigue a la colorida República y su bandera.

Fuente: Clarín