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El 1 de enero de 1959 Fidel Castro entró en Santiago de Cuba para proclamar el triunfo de su revolución. Más tarde diría que la llegada a La Habana, una semana después, fue más que la culminación de un viaje
simbólico por los mil kilómetros de la carretera central de la isla. La caravana de la libertad de hace más de medio siglo fue para Fidel “el fin de una etapa y el comienzo de otra” que convertiría a Cuba en el mayor experimento socialista del siglo XX. Ayer las cenizas del Comandante en jefe salieron del Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) a las siete de la mañana y cruzaron el Malecón habanero para recorrerla de nuevo, a la inversa, en un viaje de tres días. Cuando alcance Santiago mañana al anochecer también será el inicio de otros tiempos, todavía por decidir.
La representación estaba calculada al milímetro. La urna, cubierta por la bandera de la estrella solitaria, era de madera de cedro porque el lugar donde Fidel nació en Birán (Holguín) estaba rodeado de cedros. Una caravana de vehículos militares la trasladaba a poca velocidad para que los cubanos pudieran avistarla bien y despedirse de él. De nuevo, los llantos, las consignas de “Fidel vive” y las banderas cubanas le decían hasta siempre.
Los homenajes en estos nueve días de luto decretados por el Consejo de Estado quieren ser la prueba de que el futuro sin Fidel no va a ser diferente. Los órganos estatales, la única prensa permitida en Cuba, están haciendo un esfuerzo sobrehumano para trasladar el mensaje de que “Fidel no ha muerto”, sino que “se ha multiplicado en los millones de cubanos” a través de su fuerza y sus ideas. La cadena de televisión Cubavisión emite programas en bucle para justificar que lo único que se llora estos días es “la partida física”, porque no se ha ido. La cobertura es impresionante: en un país donde enviar un correo electrónico es una odisea, helicópteros retransmitían por satélite cada avance de la comitiva. El martes, el Granma abría con un artículo titulado “Parece que va a hablar Fidel”, porque las aglomeraciones que estaban a punto de llenar la Plaza de la Revolución en el principal acto de masas de los funerales iban a devolver a la vida los discursos más emblemáticos del mandatario como el anuncio de la reforma agraria o la muerte del Che.
El martes, a la una de la mañana en Europa, La Habana apostó por escenificar el momento histórico con un largo acto de casi cinco horas en el que Raúl Castro, de uniforme militar, habló por primera vez desde el anuncio de la muerte de su hermano. El mensaje fue claro: nada va a cambiar. “Nos comprometemos junto a sus restos a que seguiremos su ejemplo inmortal”, proclamó. Y entonces se dedicó a repasar todos los hitos históricos que habían sucedido en esta plaza que ahora despedía a su hermano. “Querido Fidel, junto al monumento de José Martí, héroe nacional, donde nos hemos reunido durante más de medio siglo en momentos de extraordinario dolor, para reverenciar nuestros símbolos y consultar al pueblo transcendentales decisiones. Precisamente aquí, donde conmemoramos nuestras victorias, te decimos, junto a nuestro abnegado, combativo y heroico pueblo, ¡hasta la victoria siempre!”.
Fue una oportunidad perdida para emocionar a los que le acusan de falta de carisma, pero tendrá otra el sábado. Prometió que iba a hablar de nuevo en el funeral que se celebrará en la plaza de la Revolución Antonio Maceo de Santiago, para que luego el domingo por la mañana sus cenizas sean depositadas junto a las de José Martí en una ceremonia privada, cerrada al menos a la prensa internacional, en el cementerio de Santa Ifigenia.
En un régimen en que cada palabra se mide al milímetro, quizás lo más interesante fue lo que no dijo: no habló en ningún momento de Estados Unidos ni del embargo, algo que algunos periodistas afincados en la isla interpretaron como una señal de buena voluntad de cara al futuro gobierno republicano en la Casa Blanca.
Sí lo hizo el sucesor de Hugo Chávez, “el mejor amigo de Cuba”, el presidente venezolano Nicolás Maduro, que se sentó al lado de Raúl y que le precedió en el turno de discursos. Además de resaltar la figura de Fidel y de evidenciar los lazos entre ambos países, Maduro quiso dejar claro que Venezuela no quiere perder partida en el pastel cubano ante el restablecimiento de relaciones entre Washington y La Habana. “Hoy más que nunca te digo, Raúl –repetía–: ¡Cuenta con la revolución bolivariana! ¡Cuenta con Venezuela! ¡Hoy más que nunca unidos! ¡Hoy más que nunca juntos!”.
Maduro fue sólo uno de los representantes de la izquierda latinoamericana que, junto al nicaragüense Daniel Ortega –que habló durante más de media hora–, el ecuatoriano Rafael Correa y el boliviano Evo Morales quisieron reivindicar la unidad del continente. El turno del representante de la delegación china, el vicepresidente Li Yuanchao, provocó un momento extraño cuando los asistentes al acto se empezaron a reír por el modo en que pronunciaba el nombre del fallecido. “Es que no estamos acostumbrados a recibir a líderes internacionales”, se justificaba Leonel Baladrón, que no dejó de agitar ni un momento su bandera cubana en todo el acto. “Pero les agradecemos sus palabras porque significan que respetan el Gobierno y la voluntad de los cubanos”.
Al final, es evidente que prefieren internet en las casas y poder comprar detergente cuando les convenga a un cambio inmediato. En una imagen: en la sala de prensa de la plaza de la Revolución uno de los guardias que vigilaban el correcto funcionamiento de la instalación se dedicaba a aprovechar la conexión gratis para bajarse películas cuando nadie le miraba. Es la postal de La Habana.
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