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Ser sobrios, gobernar «las realidades materiales», no depender de «esquemas consolidados» para estar listos a las novedades de la vida y a las sorpresas de Dios. Son las invitaciones que lanzó Papa Francisco durante el Ángelus de hoy, 27 de noviembre, en el primer domingo de Adviento.
Desde la ventana del estudio del Palacio Apostólico en el Vaticano, el Pontífice, introduciendo la Oración mariana, recordó que «hoy en la Iglesia comienza un nuevo año litúrgico, es decir un nuevo camino de fe del pueblo de Dios. Y como siempre, comenzamos con el Adviento». Después subrayó que «la página del Evangelio nos introduce en uno de los temas más sugestivos del tiempo de Adviento: la visita del Señor a la humanidad». La primera visita coincide con «la Encarnación, el nacimiento de Jesús en la gruta de Belén»; después se da en el tiempo presente: «el Señor nos visita continuamente, cada día, camina a nuestro lado y es una presencia de consolación»; al final «se producirá la tercera, la última visita, que profesamos cada vez que rezamos el Credo: “De nuevo vendrá en la gloria para juzgar a los vivos y a los muertos”». Por ello, recordó Bergoglio, Dios «nos habla hoy de esta última visita suya, la que se producirá al final de los tiempos, y nos dice dónde llegará nuestro camino».
La Palabra del Señor «hace resaltar el contraste entre el desarrollo normal de las cosas, la rutina cotidiana, y la venida improvisa del Señor». De hecho, Cristo afirma: «En los días que precedieron al diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta que Noé entró en el arca; y no sospechaban nada, hasta que llegó el diluvio y los arrastró a todos”, así dice Jesús». Y Francisco observó: «Nos sorprende siempre pensar en las horas que preceden una gran calamidad: todos están tranquilos, hacen las cosas habituales sin darse cuenta de que su vida está a punto de ser alterada. Ciertamente el Evangelio no quiere atemorizarnos, sino abrir nuestro horizonte a la dimensión ulterior, más grande, que por una parte relativiza las cosas de cada día, pero al mismo tiempo las hace preciosas, decisivas. La relación con el Dios-que-viene-a-visitarnos da a cada gesto, a cada cosa una luz diversa, un espesor, un valor simbólico».
Desde esta perspectiva, pues, «proviene también una invitación a la sobriedad, a no ser dominados por las cosas de este mundo, por las realidades materiales, sino más bien a gobernarlas». Pero, por el contrario, si «nos dejamos condicionar y arrollar por ellas, no podemos percibir que hay algo muy importante: nuestro encuentro final con el Señor. Y esto es lo importante. Eso, aquel encuentro. Y las cosas de cada día deben tener este horizonte, deben ser dirigidas hacia aquel horizonte. Este encuentro con el Señor que viene por nosotros. En aquel momento, como dice el Evangelio, “De dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro dejado”. Es una invitación a la vigilancia, porque al no saber cuándo vendrá Él, es necesario estar siempre listos para partir».
En el Adviento, todos estamos llamados a «ampliar el horizonte de nuestro corazón, a dejarnos sorprender por la vida que se presenta cada día con sus novedades —advirtió Francisco. Para hacer esto es necesario aprender a no depender de nuestras seguridades, de nuestros esquemas afianzados, porque el Señor viene en la hora en que no lo imaginamos. Viene para introducirnos en una dimensión más bella y más grande».
El Papa también invocó a la Virgen del Adviento, para que « nos ayude a no considerarnos propietarios de nuestra vida, a no hacer resistencia cuando el Señor viene para cambiarla, sino a estar preparados para dejarnos visitar por Él, huésped esperado y grato incluso si cambia nuestros planes».
Antes de despedirse, Francisco dijo: «Quisiera asegurar mi oración por las poblaciones de Centroamérica, especialmente por Costa Rica y Nicaragua, afectadas por un huracán y, este último, también por un fuerte sismo. Y rezo también, por aquellas poblaciones del Norte de Italia que sufren por los aluviones».
Después, el Pontífice deseó a todos buen domingo y un «buen camino de Adviento. ¡Que sea tiempo de esperanza! La esperanza verdadera, fundada en la fidelidad a Dios y en nuestra responsabilidad. Y, por favor —concluyó—, no se olviden de rezar por mí».
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