Los bañistas

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Internacionalista. Doctor en Ciencias Políticas. Profesor en la Universidad Central de Venezuela. Consultor.

Unos jóvenes, que rondarían los 20 años o menos, se bañan alegremente bajo la mirada de los transeúntes. La gente observa con asombro cómo los chicos chapotean, se empujan unos a los otros, se zambullen con gusto. Los muchachos juegan despreocupados, el tiempo parece no parece pasar para ellos, las cosas adquieren un matiz particular para quien se encuentra apenas saliendo de la primera juventud. Los chicos van saliendo del agua lentamente, se acuestan a la orilla mientras el agua corre turbulenta y el sol de la tarde, justo antes de transitar hacia el ocaso, con sus últimos rayos cayendo perpendiculares sobre la querida Caracas, va secando sus torsos.

Me he detenido por curiosidad, la escena me parece extraña. Este es un país de contrastes particulares. Así, por ejemplo, un amigo me contaba que se había encontrado frente a frente con un chivo en pleno bulevar de Chacaíto. Recuerdo cuando vivíamos en una ciudad más amable. A nadie podía ocurrírsele que le robaran en una camionetica utilizando un punto de venta, o que hubiese problemas en transitar por la UCV a altas horas de la noche o que conseguir comida se pudiese convertir en una calamidad. Nos pasan cosas que parecen inverosímiles a las cuales no es fácil encontrarle explicación.

La ciudad se destruye a sí misma. Hay pordioseros por doquier, las cosas no parecen irle lo suficientemente bien a algunos. Nuestra vida cotidiana se ha hecho muy complicada. Es largo el tiempo que nos vemos obligados a disponer, simplemente, para sobrevivir. Invoco todas esas cosas mientas se acerca la ‘hora pico’, la gente sale de sus oficinas y puebla de fatiga e incomprensión las calles. Abajo, a las orillas del Guaire, los jóvenes dormitan sin otro problema que esperar a que se acerque la hora de volver a enfrentar la realidad que los lleva a bañarse en uno de nuestros ríos más contaminados.

Uno no sabe bien que pensar, es difícil imaginar lo que pasa por la cabeza de estos muchachos sometidos a la lógica de destrucción por la cual transita la ciudad capital y sus alrededores. Es difícil olvidar aquella frase del difunto Hugo Chávez según la cual llegaría un día en el cual nos bañaríamos en nuestro río más emblemático. Me pregunto cómo es que alguien puede bañarse en esa cloaca horrible de la que hablamos y vivir para contarlo. Dios, ciertamente, protege a los inocentes, quizás nuestros protagonistas lo sean.

Creo que la presencia de estos muchachos dentro del río se nos muestra como una metáfora del lugar donde nos encontramos como sociedad. Para mí es claro que nos hallamos frente a la barbarie; que la civilidad ha dado paso a una forma de organización de nuestra vida colectiva que no puede explicarse dentro de los cánones de la normalidad. Lo cierto es que nos toca determinar nuestro devenir como un acto de supervivencia.

¡El asunto tiene un carácter dantesco! Tenemos gente bañándose en un chiquero y que parece disfrutarlo. Tenemos gente moviéndose en la inconsciencia, evidentemente incapaces de discriminar lo que mejor le conviene. La pobreza se constituye en una limitante para el desarrollo autonómico de la libertad.

Uno se pregunta si los bañistas tienen idea de la cantidad de porquería que se recoge en el cauce del nuestro río más asqueroso. Uno puede pensar que no tienen idea, por ejemplo, de los metales pesados o de la mierda que se recoge entre sus aguas. Uno se pregunta cómo pueden sobrevivir a la posibilidad de una infección mortal.

Uno se pregunta si los responsables de nuestra vida pública se desvelan pensando qué hacer con gente que come entre la basura y otra que se atreve a poner pie dentro del oscuro y pestilente cauce.

Creo que se trata de una metáfora perversa que nos dice hasta donde estamos embarrados y que nos coloca en una estética absolutamente lejana de aquellas hermosas bañistas que nos regaló Picasso en su cuadro de 1918.

Estamos frente a una realidad inverosímil. La barbarie tiene formas terribles de manifestarse que van desde la negativa a escuchar al otro y sus razones hasta la inconsciencia que nos lleva a hacernos daño a nosotros mismos cuando vivimos entre la inmundicia.

Es inevitable pensar que existe un gobierno que nos ha metido en este laberinto de miedos, contrastes, incomprensión y basura. Los bañistas realizan un acto simbólico se bañan y retozan en nuestra cloaca a cielo abierto más emblemática. Su presencia allí habla acerca del lugar donde estamos como sociedad. Se trata de un grito sordo en medio de una circunstancia oscura en la que muchos miran a un lado, juegan a ser frívolos, se preocupan por sí mismos.

Mientras la diatriba política nos promete una confrontación mediática más o menos bien administrada, entre dimes y diretes, entre amenazas, avances y retrocesos nuestra cotidianidad nos va triturando entre las ausencias y las necesidades insatisfechas.

Mientras tanto los bañistas siguen en su juego mortal adentrándose dentro del cauce peligroso que les ofrece algunas risas y muchas muertes. Sin lugar a dudas ha llegado el tiempo de que nos miremos en el espejo y constatemos lo que queda de nuestra maltrecha alma republicana.

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