Trump y los neonazis

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Durante la campaña electoral, las organizaciones de derechos humanos y las asociaciones que asisten a inmigrantes indocumentados advirtieron que el discurso de odio de Donald Trump podría impulsar al país a una guerra civil.
Ahora, Donald Trump ganó, pero la confrontación continúa. Algunos de sus seguidores celebran su elección con el saludo de Hitler en las redes sociales y propugnan abiertamente la limpieza étnica. Grupos como el «Instituto de Política Nacional» (NPI) invitan, convencidos de su victoria, a ruedas de prensa para difundir su ideología, a apenas unas cuadras de la Casa Blanca.
Con el pelo peinado a lo Hitler y una amplia sonrisa en el rostro, explican que es hora de que los blancos recuperen lo que es suyo. A saber, la soberanía sobre «su propio país», los Estados Unidos, que en última instancia fue establecido por europeos, dicen. Hablan abiertamente sobre el hecho de que la identidad blanca se ve amenazada por una sociedad multicultural. Afirman que la corrección política y la «prensa mentirosa» son responsables de garantizar que las minorías tengan más voz que la raza blanca. Proclaman con fuerza que hay que mantener vigilados a los musulmanes y crear regiones exclusivas donde sólo puedan vivir blancos.
Su popularidad en las redes sociales es inmensa, sus cifras de visitantes en Internet se dispara. La turba se libera. Es extremadamente peligroso para la paz social en el país. Al otro lado del espectro político, la creciente preocupación se transforma en protestas no violentas en las calles. El odio engendra odio. Y cada vez más gente siente que sus vidas y las de sus familias están amenazadas. Y están dispuestos a luchar por su futuro.
La responsabilidad de todo esto es de Donald Trump. Demonizó a grupos étnicos y religiones enteras para hacer campaña electoral agitando esos temores. Y recién elegido, trae como asesor a Steve Bannon, considerado uno de ellos por los nacionalistas de derecha, sin que Trump ni su futuro equipo de gobierno se distancien de esos grupos.
Para el fundador del NPI, Richard Spencer, Donald Trump y su movimiento político serían el cuerpo. Él y su ideología, la cabeza. La cabeza de la que todavía carece Trump. Hasta ahora, había buenas razones para sostener que Trump no tenía, en sentido clásico, ninguna ideología. Para él se trata, primero, de sí mismo y de hacer negocios. Consecuentemente, hay ahí un espacio para una ideología política que sea más compleja y consistente que la mera promesa de «volver a hacer grande a América».
No pasará mucho tiempo antes de que los votantes de Trump queden decepcionados y sientan que no se implementan las sonoras promesas que hizo. Ni los empleos van a llover del cielo, ni México va a pagar por construir un muro en su frontera.
Entonces, Trump necesitará algún chivo expiatorio al que hacer responsable de su fracaso. No es difícil imaginarse a quién van a señalar su asesor estratégico Bannon y los nacionalistas de derechas: a los inmigrantes no europeos y a los musulmanes. La historia puede repetirse.

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La responsabilidad de todo esto es de Donald Trump. Demonizó a grupos étnicos y religiones enteras para hacer campaña electoral agitando esos temores. Y recién elegido, trae como asesor a Steve Bannon, considerado uno de ellos por los nacionalistas de derecha, sin que Trump ni su futuro equipo de gobierno se distancien de esos grupos.
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