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Víctor Maldonado C.- Vivimos tiempos convulsos y confusos. La permisividad es un signo de la modernidad, pero es uno de sus peores signos, porque no es cierto que todo tenga el mismo valor o que la gente pueda hacer cualquier cosa sin pensar en las consecuencias. No todo vale lo mismo porque algunas decisiones tienen secuelas plausibles y otras, resultados definitivamente perversos. Como lo dice claramente el evangelio, las obras se valoran por sus efectos, no tanto por sus intenciones, mucho menos por sus declaraciones de principios. Pero no todo está perdido porque la sociedad todavía tiene capacidad para escandalizarse. Hay escándalo cuando un padre confunde una bacanal con lo que debería haber sido una impecable fiesta de cumpleaños. Hay repugnancia cuando en una fiesta de adolescentes el adulto responsable se hace el loco al permitir y patrocinar la ingesta temprana de alcohol y drogas. Hay una evidente violación de la confianza cuando una familia permite excesos en lugar de contenerlos. La permisividad es una gran tentación, pero no deja de ser un error. Es una equivocación tanto en las dimensiones privadas de la vida como en el ámbito público.
Los imperativos de la supervivencia y la fatalidad de vivir en una sociedad envilecida con una economía que no da respuestas no son excusas para hacer lo indebido. Hablamos de vileza porque comienza a operar la lógica de que todo vale. Es un circuito perverso que se realimenta de las interpretaciones erradas tanto como de las malas obras. Lo que hay que hacer es todo lo contrario, en condiciones límite se hace más necesario el identificarnos con líderes y liderazgos éticos que no abandonen sus principios ni renieguen de la virtud y de las buenas obras. Necesitamos conectarnos con la ética de Martin Luther King, Mathama Gandhi, Winston Churchill, Karol Wojtyla, Teresa de Calcuta y tantos otros cuya característica más conspicua fue su autoridad moral. Afrontaron sus propios desafíos, sortearon cualquier tipo de dificultades, superaron muchos momentos de debilidad, algunos dieron incluso su vida, pero ninguno de ellos tiró por la borda los principios para negociar condiciones alejadas de la integridad.
El liderazgo ético está fundado en la demostración y promoción de conductas que son moralmente plausibles. La moralidad tiene que ver con la relevancia de las acciones en términos de lo bueno y lo malo. Un líder tiene autoridad moral cuando sus seguidores califican a sus acciones como apropiadas y deja de tenerla cuando los demás aprecian que sus decisiones están alejadas de lo que ellos consideran como bueno. Y esta diferencia no es poca cosa porque la autoridad moral legitima y motiva aguas abajo acciones subsecuentes del mismo tipo. Cuando el líder modela apropiadamente se incrementa el compromiso con hacer lo debido y también se acrecienta la culpa cuando se actúa al margen de la ética. Un líder con autoridad moral construye con sus acciones organizaciones éticas. Por eso es que escandaliza la bacanal de la fiesta de los 15 años, porque los involucrados están aniquilando cualquier posibilidad de familia, las empresas que poseen sufrirán esa deformación insufrible que provoca el pensar que todo es posible porque todo se puede pagar, y la sociedad queda herida en su confianza al saber que todo eso ocurre en sus entrañas. No hay líder que pueda sentirse exento de construir todos los días un país mejor.
Hay conductas deseables y las hay indeseables. Un enfoque teórico llamado “Moral Foundations Theory” (MFT) distingue seis pares dicotómicos de la moralidad humana. Ellos son los siguientes:
- Cuidado – Daño. Refiere al contraste entre lo que se debe hacer o se deja de hacer para garantizar la salud, la prosperidad, el mantenimiento y la protección de la gente. Un líder ético cuida y no daña.
- Justicia – Injusticia. Refiere al contraste entre las decisiones rectas, íntegras y rigurosas, por un lado, y las que son sesgadas, tramposas e inequitativas.
- Lealtad – Traición. Refiere a la capacidad para ser confiable o por el contrario para desvirtuar cualquier acuerdo o palabra empeñada.
- Virtud – Degradación. Refiere a la forma como se asume la propia vida, o asociada a valores o determinada por los vicios.
- Autoridad – Subversión. Refiere a la forma como se asumen las normas y el orden social. O apegados a ellos o practicando la trasgresión.
- Libertad – Opresión. Refiere a la ética de la dignidad humana, el respeto que merece el individuo y su proyecto de vida y todas las tentaciones que en el camino surgen para confiscar su libre albedrío.
Un líder ético cuida a su gente, practica la justicia, es leal y virtuoso, respeta el orden social cuando es justo y humano, y sobre todas las cosas entiende el verdadero sentido de la libertad, que en ningún caso es un cheque en blanco para la destrucción de los demás y de sí mismo. Para ser un líder ético lo principal es no tener miedo a defender y vivir bajo el imperativo de los principios a través de los cuales uno cree que puede hacer todo el bien posible.
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