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La presidenta Michelle Bachelet Jeria realizó este viernes 18 de noviembre un «ajuste al gabinete», al límite del plazo de la conocida «ley antidíscolos», que obliga a los ministros que deseen postular al Congreso a renunciar a sus cargos, un año antes de los comicios.
Este cambio de gabinete presumiría para los ciudadanos comunes que la persona más poderosa e influyente del país -la presidenta de la República- ha decidido cambios en ministerios políticos y sectoriales que tendrán consecuencias muy imperceptibles en su vida cotidiana y que tampoco responderán a lo que les está angustiando.
Pero los cambios en los ministerios Secretaría General de Gobierno, Trabajo y Deportes, sí tienen consecuencias para la coalición de partidos que acompañará a la presidenta en el último año de su mandato.
Nicolás Maquiavelo, en el capítulo XXII de su libro «El Príncipe», habla «de los secretarios del príncipe» señalando un tema muy atingente frente a la reciente incorporación de ministros al gobierno: «No es punto carente de importancia la elección de los ministros, que será buena o mala según la cordura del príncipe”, esto porque la «primera opinión que se tiene del juicio de un Príncipe se funda en los hombres que lo rodean», ya que «no podrá considerarse prudente a un príncipe que el primer error que comete lo comete en esta elección».
En el campo de la especulación, podríamos señalar tres actores relevantes y suponer sus opiniones del «ajuste», eso sí sin mayor información, ya que todos asumen que el cambio de ministros es una facultad de la presidenta. En primer lugar, los partidos políticos recordarán que los ministros también representan a sus partidos y pueden asumir que se ha tomado una mala decisión en base a un egoísmo intencionado, centrado en una megalomanía que conllevará consecuencias en el Congreso, espacio de decisión que les es propio. Un segundo actor: un ciudadano atento al acontecer político del país y que hubiera pasado ese jueves cerca del Palacio de La Moneda podría haber recordado de forma más neutra la frase en la Navaja de Hanlon: «No atribuyas nunca a la malicia lo que se puede explicar adecuadamente con la estupidez». Por último, para el Ejecutivo el cambio se podría explicar por algo bastante más sencillo: reorganizar el conjunto del gabinete, ya que algunos de ellos tenían la legítima aspiración de continuar con su profesión política, ahora desde el Congreso.
Esperaremos las biografías de las personas involucradas para saber sobre los elegidos. Como plantea el Italiano Livraghi, los efectos de las decisiones «pueden resultar divertidos… hasta que descubrimos que son trágicos», no en su dimensión teatral, sino en la llamada «vehemencia del misionero», aquella que hace caer al «Príncipe» en exageraciones y excesos, sin tener necesariamente una confianza subyacente de que iba en la dirección correcta.
¿En qué o quién pensaba la presidenta al momento de generar los cambios? ¿En su legado? Aquel «consuelo metafísico» de Nietzsche, que no es más que la suficiencia y la pretensión de superioridad moral que surge cuando nos engañamos, al convencernos de que tenemos bases firmes y absolutamente ciertas para sustentar nuestras convicciones? ¿O acaso la «persona más poderosa e influyente del país» estaba pensando en los partidos que la apoyan y que continuarán tras su mandato? Los mismos que deben enfrentar una sociedad no del todo unificada y sin fricciones, armónica y coherente como algunos quisieran ver.
Tal vez nunca tengamos respuesta a lo anterior, pero la presidenta conoce la «teoría de la ambición política» de Joseph Schlesinger, que señala que los políticos responden esencialmente al objetivo de conseguir cargos públicos y, en consecuencia, la reelección sería la concreción de esa ambición. Ella debe contribuir si quiere que su legado se consolide o a lo menos entendamos cuál fue.
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