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Las heridas abiertas en las contiendas electorales suelen tardar tiempo en cerrarse. Y no digamos nada si los enfrentamientos invaden el terreno de lo personal. El encuentro que mantuvieron este sábado el presidente electo, Donald Trump, y quien fuera su antecesor como candidato republicano, en 2012, Mitt Romney, no podía estar rodeado de mayor expectación. El intencionado mensaje de normalidad que están lanzando todos los actores de la enconada campaña electoral, en un intento de calmar a un país conmocionado y dividido tras la victoria del magnate, no era suficiente para explicar la cita. Ni siquiera entre dos aspirantes a la presidencia que han representado al mismo partido. El intercambio de golpes que protagonizaron ambos en campaña, entre el «fraudulento» Trump y el «perdedor» Romney, según sus propios calificativos, contrastaba este sábado con el acercamiento que podría situar al segundo al frente del Departamento de Estado. Como mínimo, el empresario y exgobernador rendía tributo, y también consejo, al vencedor.
«Señor presidente electo, ¿cómo está?». Fue el educado cumplido de Romney cuando Trump salió a recibirle a la puerta de acceso al Trump National Golf Club Bedminster, en Nueva Jersey, una de las numerosas propiedades que conforman el emporio del magnate, que algunos le recomiendan vender para evitar un «conflicto de intereses» con su presidencia. No era el primer intercambio de palabras entre ambos tras su recordado choque. La noche electoral del 8 de noviembre, una de las numerosas llamadas que recibió el presidente electo fue la de Romney: «Me ha llamado para felicitarme. Bien hecho», escribió Trump después en su cuenta de Twitter.
En terminología del establishment, el secretario de Estado representaría a una «paloma», frente a los «halcones» elegidos para preservar la seguridad
En su conversación de este sábado, estaba sobre la mesa la posible incorporación del empresario originario de Detroit, exgobernador de Massachusetts, al puesto de secretario de Estado. Pero nadie ha confirmado la información difundida el día anterior por varias televisiones sobre un posible ofrecimiento, que también podría ir encaminado a la Secretaría de Comercio. Y tampoco está claro que Romney aceptar un lugar en la Administración de su reciente enemigo. Cabe también, sencillamente, la intención de Trump de recabar consejo de los representantes del establishment republicano con más experiencia, que combinaría con una muestra de apertura a otros ámbitos fuera del reducido entorno del presidente electo.
En medios políticos se daba por seguro este sábado que Trump busca fuera de su entorno a la persona para dirigir el Departamento de Estado, con un rasgo de moderación, alejado de los perfiles de quienes fueron designados para la Seguridad Nacional, el general Michael Flynn; la CIA, Mike Pompeo, y la Fiscalía General, Jeff Sessions. En terminología del establishment washingtoniano, el secretario de Estado representaría a una «paloma», frente a los «halcones» elegidos para preservar la seguridad dentro de las fronteras del país.
La otra persona alejada de su entorno que Trump podría situar al frente del Departamento de Estado es Nikki Haley. Al igual que Romney, la gobernadora de Carolina del Sur, una de las figuras emergentes del Partido Republicano, también se enfrentó a Trump en las primarias. Su apoyo fue para Marco Rubio, primero, y para Ted Cruz después.
Quienes parecen haber perdido ya sus opciones son Rudolph Giuliani y a John Bolton. El exalcalde de Nueva York ha perdido muchas opciones por los estrechos vínculos de su bufete de abogados y consultores con grandes empresarios de Venezuela, Qatar e Irán, países no precisamente en la órbita de Estados Unidos. El que fuera embajador de Estados Unidos ante la ONU genera mucho rechazo entre los republicanos, como se comprobó en 2005, cuando el presidente George W. Bush tuvo que imponer su criterio para situarle en el cargo, frente al amplio rechazo del Senado.
La amistosa reunión de Trump y Romney contrastó este sábado con el duro encontronazo entre ambos durante las primarias, que fue recordado con detalle por televisiones y versiones digitales de los periódicos. Entonces, Romney, abanderado de una reacción oficialista para frenar a un inquietante outsider, que crecía a costa de arremeter contra el partido e insultar a muchos de sus portavoces, irrumpió en una escena para intentar frenar su ascenso. Fue un encendido discurso que ya está en la historia, por la virulencia con la que un republicano rechaza a un candidato de su propio partido dentro de un proceso de primarias. Romney compareció en marzo en la Universidad de Utah. Eligió ese estado por ser su segunda residencia, pero, sobre todo, por ser un territorio conservador, ideal para desenmascarar al irreverente magnate. En una rotunda advertencia al republicanismo, describió al aspirante Trump con esta crudeza: «Estos son los valores que representa: el acoso, la misoginia, la fanfarronería, el teatro del absurdo… Imaginad a vuestros hijos y a vuestros nietos actuando como él actúa».
«Cayó como un perro»
La declaración de guerra de Romney recibió cumplida respuesta de un Trump para entonces ya lanzado, con el viento a favor de sus crecientes victorias y en cabeza de las primarias: «Él tuvo la oportunidad de vencer a un presidente fracasado y cayó como un perro».
La cruda batalla se extendería, incluso, a la convención republicana, donde el vencedor del proceso, pese a haber llegado a la mitad más uno de los delegados que otorgan la nominación, tuvo que afrontar discrepancias internas. Entre ellas, la de la delegación de Utah, que fue uno de los estados que intentaron obstaculizar el camino de Donald Trump hacia la proclamación como candidato. Sin éxito alguno.
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