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Desde su cabina de radio en el sitio supremacista Stormfront, Don Black y su coconductor Roy Dunscombe llevan varios días mofándose de la reacción de quienes aún están atónitos por el triunfo de Donald Trump en las elecciones del martes 8.
“Están pasando por las siete etapas del dolor, de las cuales la primera es la negación”, dice Dunscombe.
“Sus monumentos están derrumbándose ante sus ojos; la estatua de Martin Luther King ya no se atreve a voltear hacia la Casa Blanca”, segunda Black, exlíder en Alabama del Ku Klux Klan (KKK).
“Ellos están volviendo a su estado habitual: la insurgencia. No se sentían cómodos en el papel del establishment, controlando la Presidencia. Mientras tanto, nosotros pasamos de la insurgencia al establishment. Debemos estar preparados para estar en un modo o en otro”.
Stephen Donald Black sabe bastante de insurgencia. En 1981, fue detenido en Nueva Orleans, junto con otros supremacistas blancos, mientras preparaba la Operación Perro Rojo para derrocar, mediante mercenarios, al gobierno de Dominica.
Durante su tiempo en prisión, Black tomó clases de programación de computadoras. Ya en libertad, y con el advenimiento del internet, participó en la fundación de Stormfront, que se ha convertido en el principal foro en la web para la difusión y discusión de las ideas del llamado nacionalismo blanco.
De acuerdo con una entrevista publicada en 1998, Black hablaba así de sus motivaciones: “Queremos recuperar Estados Unidos. Sabemos que esta nación multicultural no durará mucho tiempo. Los blancos no tendremos de otra sino tomar las armas para defender los intereses de nuestros hijos”.
Una década después, cuando Barack Obama fue elegido presidente, el sitio se desbordó en seguidores.
Black, de 63 años de edad, conduce su programa de radio por internet de lunes a viernes, desde su estudio en Florida. Allí comparte micrófonos con el también exlíder del KKK, David Duke. Entre sus temas principales está la negación del Holocausto y el revisionismo del papel de Martin Luther King en la lucha por los derechos civiles en los años 60.
Durante los años de la Presidencia de Obama, las actividades de Stormfront y otras organizaciones supremacistas han ido al alza.
De acuerdo con el grupo Southern Poverty Law Center, que desde 1971 monitorea y combate legalmente a quienes propalan el discurso de odio, actualmente hay 892 organizaciones supremacistas repartidas a lo largo del territorio estadunidense.
Éstas incluyen a las neonazis, antiinmigrantes, homofóbicas, antisemitas, skinheads, cristianas radicales, antimusulmanas y otras.
En la semana que siguió al triunfo de Donald Trump, los grupos de odio y los intolerantes espontáneos realizaron unas 200 acciones discriminatorias contra grupos minoritarios.
Es un error considerar como supremacistas a todos los que votaron por Trump. De acuerdo con las encuestas de salida, las motivaciones para sufragar por el candidato republicano fueron varias. Entre ellas, el empobrecimiento de un sector de ciudadanos, habitantes del llamado Rust Belt –la zona industrial del noreste y medio oeste del país–, que en 2008 y 2012 había votado por Obama.
Sin embargo, el triunfo de Trump ha dado alas a estos grupos supremacistas. Su discurso de odio tiene posibilidades de implantarse entre quienes creen que su desventura económica es culpa de los inmigrantes y otros grupos minoritarios.
No sólo eso, una de las principales figuras del nacionalismo blanco, Stephen Bannon, acaba de ser nombrado estratega en jefe del nuevo gobierno.
No es un fenómeno exclusivo de Estados Unidos. El ultranacionalismo, el proteccionismo y la xenofobia están avanzando en distintas partes del mundo.
En Europa, los grupos nacionalistas de extrema derecha están creciendo electoralmente. Uno de ellos, la Unión Cívica Húngara (FIDESZ), ya logró llevar al poder a su líder, Viktor Orbán.
Otras, identificadas con la izquierda, siguen las mismas tácticas que aquéllas en su lucha por el poder: división de la sociedad, señalamiento de culpables, discurso violento, exacerbación del resentimiento social…
Como escribió el filósofo Fernando Savater el pasado fin de semana, los populismos de derecha e izquierda son igual de perniciosos “no porque prediquen lo mismo sino porque predican del mismo modo, empleando la retórica demagógica para conseguir aunar la heterogeneidad de los descontentos”.
Vivimos tiempos canallas.
*Esta columna fue publicada originalmente en Excélsior.com.mx.
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