Empezaron los Juegos de Trump

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Es bueno recordar que el recién electo presidente de Estados Unidos no tiene experiencia política alguna, que en sus más de siete décadas de vida no ha pasado un solo día en un cargo público y que, rico por herencia, ha fracasado una y otra vez como hombre de negocios: este empresario se ha declarado en bancarrota varias veces y sólo ha sobrevivido a sus fracasos porque sus fiadores y los bancos habrían perdido aún más dinero si lo hubieran dejado quebrar definitivamente. Too big to fail, es decir demasiado grande para fallar…
Bien mirado, su gloria no es otra que la de haber protagonizado el programa de televisión El aprendiz, un reality show que él moderó y que es la piedra angular del imperio «Trump”, erigido por él y su familia. En ese tiempo, Trump aprendió a seducir a la gente, a venderles mundos de ensueño que no son otra cosa que fachadas y estudios de grabación. Mundos que no se basan en hechos, sino en fantasías. Esa fue una receta exitosa que él refinó a lo largo de los años y terminó usando para llegar a la Casa Blanca.
La dignidad del cargo
Ahora que se prepara a asumir el cargo político más importante del mundo, nadie sabe qué esperar de él. Con estupefacción fueron contempladas e interpretadas sus primeras apariciones, después de la jornada electoral. «¿Cómo reaccionará? ¿Acaso la dignidad del cargo conseguirá domarlo? ¿Seguirá atacando a las mujeres, los musulmanes y los latinos? ¿Sabe Trump cómo ser respetuoso? ¿Y a quiénes elegirá como asesores?”. De entre las preguntas que suscitó sobresale la última, porque al final serán sus consejeros quienes definan la agenda política de Trump.
En la noche de las elecciones, después de que Trump articulara su discurso triunfal, hasta sus críticos más inclementes suspiraban aliviados. «Su tono no fue mordaz, sino más bien moderado”, decían en voz baja. Trump no se mostró malicioso, sino agradecido hasta cuando habló de Hillary Clinton. Y, al día siguiente, de visita en la Casa Blanca, supo comportarse; de hecho, parecía un jovencito al lado del presidente Obama.
El poder de las imágenes
Luego, por fin, llegó la hora de conceder su primera entrevista. No fue una rueda de prensa, como la que ofreció su predecesor tan pronto ganó los comicios presidenciales, sino que fue una entrevista para el prestigioso programa televisivo 60 minutos.
Trump sabe lo importante que son los símbolos; él sabe que son las imágenes las que se graban en la memoria colectiva. De ahí que el déficit de contenido de esa entrevista sea de poca relevancia; éste sólo deja en evidencia que, aún después de haber sido elegido presidente, Trump no piensa en hacer su tarea y ni en prepararse para tener por lo menos una respuesta para la pregunta más importante.
Con esa presentación, Donald Trump mostró cómo se imagina que será su mandato. No como presidente elegido democráticamente, dispuesto a hacer compromisos políticos y a trabajar duro para conseguirlos. No, Trump se exhibe como el monarca que rige su mundo desde su silla dorada y que no tiene interés alguno en responder preguntas detalladas sobre la regulación del aborto o la expulsión de inmigrantes. Para eso está el personal que se propone contratar.
Exclusión y odio
Por cierto, en lo que respecta a los funcionarios a su alrededor, sus primeras decisiones también prueban que Donald Trump está lejos de pretender cambiar la imagen de misántropo racista que él creó de sí mismo. Nombró al jefe de los republicanos, Reince Priebus, como director de su Gabinete porque se trata de un político bien conectado, necesario para poder trabajar con los republicanos; pero al mismo tiempo designó a Steve Bannon como su asesor estratégico. Esa elección es una bofetada en la cara de todos aquellos que esperaban ver a Trump domado por la dignidad del cargo.
Y es que Bannon, exdirector de Breitbart, un sitio web de talante radicalmente conservador, encarna como ninguna otra personalidad la exclusión, el odio, el antisemitismo y la misoginia atribuidos a Trump. Es precisamente ese perfil el que le permitió preparar la victoria de Trump en calidad de asesor de campaña.
Trump sabe cómo jugar un papel para ser exitoso. Él sabe qué alianzas armar para poder hacer negocios. Y no muestra su verdadera cara cuando asume el rol de hombre adorable frente a las cámaras, sino cuando elige a sus colaboradores estratégicos y se presenta como un zar, rodeado por sus pares en lugar de buscar la cooperación de personas políticamente competentes.

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Trump se exhibe como el monarca que rige su mundo desde su silla dorada y que no tiene interés alguno en responder preguntas detalladas sobre la regulación del aborto o la expulsión de inmigrantes. Para eso está el personal que se propone contratar.
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