El mismo musiú

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  Tal vez la postura más acertada en relación a la reciente victoria electoral de Donald Trump en las elecciones norteamericanas, fue la de Atilio Borón (entre otros), la cual se puede resumir en que, para los latinoamericanos, no ha cambiado nada con este triunfo del republicano, racista, misógino, chovinista, en lo que a relaciones entre los Estados Unidos y América Latina se refiere. El destacado científico social argentino lo explicaba refiriéndose a los designios imperiales geopolíticos en el hemisferio y el continente americano, que los norteamericanos han definido desde el siglo XIX, comenzando por Monroe, pasando por todos los presidentes norteamericanos, sin excepción. Además de un asunto doctrinario, esa continuidad (con sus variantes “de estilo” a los que me referiré luego) se explica estructuralmente con el señalamiento de los verdaderos gobernantes de la gran potencia del norte: el complejo militar-industrial-financiero, el cual encontrará la manera de encarrilar las “locuras” de este reality-showman. De modo que Trump viene siendo el mismo musiú con diferente cachimbo. Tal vez éste último, el cachimbo, ha desorientado a los observadores de ambos lados de la calle.

  Empecemos registrando un elemento, digamos, estético, o sea, relativo a la sensibilidad. Fue Oppenheimer, el conductor de programas de CNN, quien estableció abiertamente la semejanza entre Chávez y Trump. De hecho, este fue una de los ejes de la propaganda pro Clinton de la cadena de noticias. Muchos de los representantes culturales de la derecha venezolana (Leonardo Padrón, por ejemplo) llegaron a asumir la comparación como toda una definición de estilos políticos. Trump, entonces, sería tan populista, grosero, agresivo, como Chávez lo fue en su momento, y ambos se habrían aprovechado de los instintos más oscuros de un populacho resentido. Lo más curioso es observar que algunos compañeros chavistas a todo dar (y hasta maduristas), llegan a confesar cierta simpatía con la “franqueza” del estilo del magnate ahora presidente. Hasta se permiten “análisis” donde Trump expresaría a la clase obrera norteamericana empobrecida, y sus declaraciones contra los tratados de libre comercio parecieran marcar una paradójica realización de la lucha contra la globalización, aunque en forma de comedia, añadiríamos nosotros. En este sentido, los mensajes de las redes sociales constituyen todo un síndrome, conjunto de síntomas de ciertos déficits del cerebro de algunos. Del Wahssap y el facebook cabe decir lo que en su momento se dijo de la radio: no es que haga más estúpidas a las personas, sino que la estupidez, gracias a esta tecnología, tiene más volumen, visibilidad y alcance.

  La industria cultural global asimiló todo el movimiento afirmativo de las etnias (negros, indígenas), las “minorías” (mujeres- ¿no son la mitad de la especie? ¿Por qué decir que son minoría?-, gays, inmigrantes) y hasta de clases (los pobres y oprimidos), construyendo lo que se llama la “corrección política”, una suerte de manual de Carreño político que no permite hacer ciertas afirmaciones, epítetos, “estigmas”,  o que dicta que, por ejemplo, tengamos que emplearnos en decir las palabras y los artículos en ambos géneros, para evitar herir las susceptibilidades de estos movimientos que, desde los 60, vienen dando la nota de las luchas por el reconocimiento. Por eso, hablar de “el Hombre” para referirse a toda la especie o mencionar algo acerca del “negro” o la “negrita” era mal visto. Trump reventó este código de “corrección política”. Y lo hizo, retomando, dándole volumen, visibilidad y alcance, a lo que se susurraba en las calles: los prejuicios racistas (hacia los negros, los latinos, los inmigrantes en general) y sexistas (contra el matrimonio gay igualitario, contra las gorditas “pigs” que descuidan su dieta); la exacerbación del mito del “self-made man”, de su fortuna, de las cirugías estéticas de su mujer e hijas.

  Chávez, con su celebrada irreverencia, también rompió con una “corrección” política, pero ésta, la venezolana, no se refería a logros simbólicos de movimientos sociales, sino a la cortesía que le debían los políticos venezolanos a los poderes fácticos, a los que se dedicaron a beneficiar durante décadas, a saber: los empresarios, los curas, los presidentes de Estados Unidos. De modo que la “franqueza” de Chávez y Trump son completamente distintas. ¿Qué son mediáticas ambas? En efecto. Y en este sentido, ambas figuras tienen que hacer política dentro de la lógica cultural que impone la massmediación de la política, ese fenómeno histórico que ha espectacularizado la práctica política y la ha sometido a sus ritmos vertiginosos y gramáticas. Pero aquí cabe también una precisión.

 Se ha dicho que Trump tuvo (y tiene) en contra grandes corporaciones mediáticas. Incluso en sus declaraciones ha atacado ese poder mediático. Lo mismo pudiera decirse, en su momento, de Chávez. Hasta se ha caracterizado al golpe de 2002 como “golpe mediático” por las funciones de propaganda, agitación y organización que cumplieron las corporaciones de radio, TV e impresos, dentro de la conspiración. Ahora bien, Trump es una figura pública construida por la TV, conductor de reality-show, exdueño de la mayor fábrica de estereotipos femeninos del mundo: el Miss Universo. Por su parte, Chávez es inenarrable si no es por aquellos pocos segundos televisivos mejor aprovechados de su “por ahora”, además de sus “Aló presidente” de 8 horas de duración o sus repetidas cadenas que hacían las delicias de sus fans y sus enemigos por igual. ¿Cómo entender esto de que figuras mediáticas tengan a las corporaciones de los medios en contra?

 La explicación excede el espacio de este artículo. Sólo lo ilustraremos así: una cosa es el dueño de los instrumentos, y otra, el instrumento mismo. Este tiene que hacerse eficaz en relación al material que trabaja: el serrucho a la madera, los medios a la opinión pública. Si esto no lo tiene en cuenta el dueño, tiene el riesgo de tener resultados contraproducentes. Otra cosa: no es lo mismo Alirio Díaz que el guitarrista que se monta en la camioneta a pedir cantando. Una cosa son los virtuosos; otra, los aficionados. Esto va también por el presidente de aquí.

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