«Mire Doña Soledad» o la involución de un canto

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«El doctor y el comisario/ siempre le hablan de la ley/ que hay que respetar lo ajeno/ aunque no haiga de comer/ pobre compadre Miguel/ la vida que le ha tocao/».

No suelo escribir sobre las personas en términos personales, pero en este caso lo haré porque esta persona me afectó directamente. Me afectó favorablemente quiero decir. Debí tener 12 o 13 años cuando escuché esa canción grabada en un casette que sonaba en el reproductor de un amigo mío. Un amigo con recursos, por supuesto, porque no era posible tener un aparato de esos en esa época, si había que pensar primero en comer.

Fue la primera vez que escuché una canción con la que me identifiqué, cuya letra me abría los ojos a una serie de interrogantes para la que no encontraba explicación. Escuchando las canciones de ese casette, me impresioné mucho. «La paloma se murió/ se murió con un disparo/ Un hombre estaba mirando/ con un fusil en la mano/ Se quedaron esperando/ en la iglesia, sus hermanos/ Qué parabienes tristes/ tengo que cantar yo/».

Tampoco había escuchado tanta dulzura en una voz, tanto sentimiento, tanta capacidad de transmitir.

Ahora sé que tenía 12 años por otras cosas que ocurrieron en esa época. Y me volví un adicto a esa música. Mi amigo tenía varios casettes con muchas canciones de protesta, incluyendo de la Guerra Civil Española: «El dieciocho de julio/ en el patio de un convento/ el partido comunista/ fundó el Quinto Regimiento/ Venga jaleo, jaleo/ suena la ametralladora/ y Franco se va a paseo/» que es a su vez el parafraseo de un hermoso poema de Federico García Lorca, uno de los más grandes poetas que ha dado la humanidad.

Pero siempre volvía a la voz melodiosa y triste, a los tonos agudos y sonoros, al vibrato conmovedor de aquella cantante.

Y finalmente logré que mi amigo me prestara el casette con la promesa de grabarlo y devolvérselo. Una novia, con más posibilidades económicas que yo, me ayudó en esa empresa, tenía un reproductor y tenía un casette. Cuando me entregó aquel tesoro grabado que ya era mi propiedad, no es posible describir la sensación, ni la gratitud eterna que le tuve a quien el destino le jugó una mala pasada antes de cumplir los 30. Hasta ese momento fuimos amigos y recordábamos con fervor, en la confidencia clandestina pues ambos éramos casados, aquellos momentos adolescentes de irreverencia y poesía, de solidaridad y amor. Sus besos entonces me sabían a canciones y sus tiernas caricias a construcción de vida.

Me aprendí de memoria las canciones de aquel casette. Aún las recuerdo, incluso las canto. Yo era adolescente cuando caminé los pasillos del Pedagógico de Caracas. Caminaba con un grupo teatral que se llamaba «Piso 3». «Soy demócrata, tecnócrata, plutócrata e hipócrita» le escuché cantar a Ángel Parra, hijo de Violeta la poetisa chilena, en el auditorio de ese recinto. Era mi incursión en un mundo que desconocía, pero que sin duda era el mundo que estaba buscando, donde podía encontrar explicaciones, aunque no siempre respuestas.

«Y pa´seguir la mentira/ los llama su confesor/ les dice que Dios no quiere/ ninguna revolución/ ni pliegos ni sindicatos/ que ofenden su corazón». Escuchaba yo sentado en el autobús vía Catia a aquella voz tan extraordinaria.

Varias veces fui a verla en el Aula Magna de la Universidad Central. Años después, Soledad Bravo se sentaba junto a Alí Primera para cantar en el auditorio de la Facultad de Humanidades. Me complació tanto aquello. Ya era estudiante del alma mater y salía de allí hinchado y convencido de que la revolución estaba cerca.

Tal influencia ejerció Soledad en mi generación. Cantaba en todos lados y estaba dispuesta a participar en cualquier acto que fuera en honor a los presos políticos, a los caídos, a los lanzados desde un helicóptero, a las madres y esposas que quedaban al desamparo. La suponía con tal nivel de conciencia y la veía con tal nivel de admiración, que me asombra el video visto recientemente despotricando en contra de todo lo que fue en su juventud y su adultez. Bien decía Bolívar que el talento sin probidad es un azote.

«La guerrillera tiene vidita/ sangre en el alma/ su bandera es madera de las guitarras/, entona su bella voz hoy día en los portales internacionales de organizaciones políticas y sindicales.

Y digo adultez porque no era una niña cuando entonó las canciones de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés en aquel memorable disco «La Nueva Trova Cubana». «Siempre que se hace una historia/ se habla de un viejo de un niño o de sí».

Incluso en ese proceso evolutivo que debe tener todo artista, me encantó ese maravilloso disco «Cantos de Venezuela», ya era el salto de la canción protesta: «Las estrellas en el cielo toitas tienen su nombre/ y a la ingrata de María la llamo y no me responde». Había un trabajo de recopilación, musical y una dulzura para cantar de una finura incomparable.

¿Dónde comenzó la involución de Soledad? No…

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