Gabo San Miguel: El país merece darse un abrazo de reconciliación

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Cuando Gabriel San Miguel tomó en Maiquetía el vuelo UX072, rumbo a la libertad, ya era otra persona.

Era el 9 de septiembre de 2016. 82 días antes, el 9 de junio, “Gabo”, abogado, de 24 años de edad, fue detenido en el estado Cojedes junto a Francisco Márquez cuando ambos, activistas del partido Voluntad Popular, viajaban desde Caracas para apoyar la logística de la recolección de 1% de firmas que autorizarían a la Mesa de la Unidad Democrática como organización para promover el referendo revocatorio contra el presidente Nicolás Maduro.

Del joven que había sido privado de libertad de manera arbitraria, que fue recluido, junto a “Pancho” en tres cárceles, al hombre que salió de El Helicoide, medió una transformación producto no solo de la prisión, de los temores, de la indignación, sino también del amor, la esperanza y la solidaridad que vivió durante su encarcelamiento.

“Después de que te quitan lo que muchas veces damos por sentado y no le damos el valor suficiente y necesario, como es la libertad, me permití poner todo en contexto y entender que son las pequeñas cosas las que le dan sentido y felicidad a tu vida. Las cartas que me enviaban mis amigos y familiares me hicieron revalorizar mucho más mi relación con mis seres queridos. La amistad y solidaridad que recibí de parte de otros presos, culpables o no, me hizo ser mucho más empático. Mis conversaciones con mis carceleros me hicieron valorar el perdón y el abrazo fraterno que como venezolanos debemos tener. La presencia de Pancho (Francisco Márquez) durante mis 82 días de prisión no solo hizo que forjáramos una amistad que se transformó en hermandad, sino que además me hizo entender que los grandes retos y adversidades son superadas en equipo, pocas veces solo. La cárcel fue una increíble experiencia de superación y crecimiento”.

Sus palabras lo reflejan como un adulto maduro. Cero resentimiento, cero sentimientos negativos. Al contrario, las alusiones a las ganas de trabajar por Venezuela desde una perspectiva distinta, más integradora, con menos miedo y más entendimiento surgen frecuentemente mientras narra cómo ocurrió su detención, cómo fueron los días siguientes y como es su vida ahora, cuando intenta reordenarla en Madrid, ciudad a la que voló apenas unas cuatro horas después de haber sido puesto en libertad.

Esta conversación se hace a través de Skype. Gabo, como se le conoce, quiso hablar con Efecto Cocuyo. Es la primera entrevista que ofrece. El cabello le ha crecido mucho más. También luce una incipiente barba. Su tono de voz es sereno.

Fue justo cuando le raparon la cabeza, en la cárcel 26 de julio, unos días después de su detención, cuando se dio cuenta de que realmente estaba preso.

A Pancho y él los afeitaron, los vistieron de amarillo, los pusieron a hacer orden cerrado e intentaron que, junto a los demás privados de libertad, gritarán consignas como “Chávez vive”. Fue allí donde los encerraron en una celda cuya única de entrada luz natural eran los orificios en el techo que había dejado el estallido de una granada. Un pasillo con luces artificiales encendidas todo el día era parte de lo que les recordaba durante la mayor tiempo de su reclusión, que estaban presos.

“Esa celda parecía un calabozo medieval” recuerda.

La primera vez allí durmieron en los catres sin cobija alguna. Los presos le llaman a estas camas de cemento, lápidas. Sin ropa de cambio y sin útiles de aseo personal. Sus compañeros de prisión, desde otras celdas, les facilitaron jabón, pasta dental y cobijas. Ese fue apenas uno de los gestos que transformó el corazón de Gabo.

Ya había vivido parte de esa solidaridad en una de las celdas del destacamento de la Guardia Nacional mientras luego de la audiencia de presentación. Como pudieron, permanecieron junto a unos 35 o 40 reclusos, encerrados en un cuartucho diseñado para albergar no más de 10 personas.

“Ellos, los presos, nos dieron útiles personales”, comenta. “Cuando uno ve ese tipo de solidaridad de personas que además son muy pobres y que deben pagar por todo, por la comida, por lo que usan, uno entiende que el ser humano, por más criminal que sea, puede ser capaz de gestos de bondad”.

No solo fueron los reclusos. Fue uno de los efectivos de la Guardia Nacional quien les advirtió lo que venía, apenas a dos días de su detención.

“Chamo, yo estoy con ustedes, pero ya sabemos que se “los van a pegar”. Esto en el argot carcelario significa que los iban a recluir los 45 días que establece la ley para proceder a realizar luego una acusación.

Al salir de aquella audiencia, Pancho le dio la mano a uno de los fiscales que los acusó de legitimación de capitales e instigación pública. Las pruebas para tal señalamiento eran que portaban 3 millones de bolívares en efectivo y unos volantes con la imagen Leopoldo López, líder de Voluntad Popular.

El funcionario le ofreció disculpas y le…

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