¿Cambiar de rumbo?

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Yo era un muchacho, acababa de salir de la universidad y empezaba a lidiar con esa cosa compleja que es enfrentarse al mundo laboral, en un país como este con un diploma bajo el brazo y muchas esperanzas. La verdad es que la gente de mi generación ha tenido que vivir en una crisis más o menos permanente a lo largo de toda su vida. Han sido momentos mejores y peores, pero, lo cierto es que se trata de una generación que ha estado signada por las dificultades asociadas al deterioro permanente de nuestro ámbito de convivencia colectivo y la reducción sistemática de oportunidades.

En esa época era barato ir al cine. Se trataba de una de las formas de entretenimiento preferidas por los chicos de la universidad o por quienes justo dejábamos de serlo. Era posible invitar a una novia a disfrutar de las salas, comprar algunas chucherías, pescar algún beso furtivo al amparo de las sombras, salir sin apuro y llegar suficientemente a salvo en una ciudad que era más amable y menos violenta que la Caracas de estos tiempos.

Me asombra la verdad la forma como nos hemos venido acostumbrando a vivir una vida de matiné. A salir corriendo a encerrarnos tratando de evitar que nos asalten o algo peor. Las cosas se han deteriorado terriblemente con los años. No digo esto en términos de añoranza. A fin de cuentas también pasaban cosas terribles en aquellos tiempos. Hacen mal quienes sueñan con volver a ese tiempo para rescatar algún sistema de privilegios perdidos, para mí no vale aquello de que “con los adecos se vivía mejor”. Hay que ver hacia el futuro con la intención de reinventarnos como sociedad, de construir nuevos liderazgos, de revisar los códigos que nos han traído hasta acá.

De aquellos polvos tenemos estos lodos

No es cierto que las cosas que han pasado sean producto de la mala leche. Acá hay muchos actos de contrición que están pendientes. Hay que revisar con cuidado cuál fue la ruta que nos trajo hasta esta inmensa tragedia colectiva que vivimos en nuestro tiempo presente. Tenemos el deber de interrogarnos acerca de los errores cometidos. Sin duda, hay razones que explican la ruta que nos ha llevado a transitar a lo largo de la destrucción de la República.

Tenemos que preguntarnos las razones de este gran fracaso nacional que es atribuible a los últimos 18 años, pero que se gesta a partir de la crisis de nuestro modelo de conciliación de élites. Quizás uno de nuestros problemas fundamentales es que nos hemos empeñado en inventar un país a partir de la improvisación, sin cavilar de manera sesuda las implicaciones de jugar con el futuro de la gente.

Bueno, decía que en aquellos tiempos era yo un muchacho y que me fui con la novia que tenía en aquel entonces a ver una película. Consultamos la cartelera y nos decidimos por Corazón Valiente, dirigida y protagonizada por Mel Gibson. Se trata de una película épica que narra los avatares de la primera guerra de independencia que pelearon los escoceses a finales del Siglo XIII en contra de la Inglaterra de Eduardo I, llamado El Zanquilargo. La película es genial, obtuvo 5 premios de la Academia, tiene una fotografía extraordinaria, buen guión y batallas muy realistas.

He estado pensando mucho en esa pieza en los últimos días. Por un lado por lo que refiere al sacrificio patriótico de William Walace, el héroe en cuestión y, por el otro, por una serie de escenas que muestran el estado de deterioro de la nobleza escocesa: Incapaz de ponerse de acuerdo, de establecer un sentido inquebrantable de unidad o de organizarse alrededor de unos objetivos comunes para enfrentar la fuerza brutal del ejército inglés. Es interesante porque la película muestra de una manera brutal y franca la imposibilidad de obtener victorias materializables cuando no existe consenso en cuanto a las actuaciones de cada quien y en cuanto a los objetivos políticos a los que se aspira.

A mí, por ejemplo, me llamó la atención la manera como la nobleza se peleaba por una Corona que no tenía capacidad para reclamar; la ausencia de comunión que tenían con la gente, la manera como se creía mejor que aquellos que “hacían el gasto” en el campo de batalla, la manera cómo negociaban su propio bienestar a costa de los demás. El asunto deja al menos un espacio para la reflexión: Aquellos que actúan desde la incoherencia, sin objetivos claros y negociando a espaldas de la gente, aferrados a los despojos, desde sus propias debilidades, sin comprender al otro, llevan a sus sociedades al despeñadero.

He recordado esta película en medio de este desorden colectivo que enfrentamos a diario los venezolanos, frente a una mesa de negociación que no parece llevarnos a ninguna parte, en esta época de ultimatums y voluntarismo, de declaraciones infelices, de ingenuidades inexplicables, de desunión. Todo esto en medio de una convocatoria navideña que uno no siente.

Frente a las ficciones que  nos vende, Maduro se nos presenta como una especie de…

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